El camino de la Felicidad

Foto Stanis, jóvenes en misión de Navida, Puerto Gaitán -Meta, 2024

La fórmula de la Felicidad, en clave de F, para vivir el Jubileo de la Esperanza: Fe + conFianza + Fiabilidad + Fidelidad = Felicidad.

Por Salvador Medina*

Con ocasión del “año jubilar” propuesto por el Papa Francisco para este año 2025, sobre la Esperanza que no defrauda, he querido actualizar mi itinerario o camino hacia la Felicidad, iniciado hace ya 75 años, cuando en el septiembre 25 de 1949, saludé la vida e inicié mi peregrinar en esta historia, mi maestra y mi tarea.

El camino, entre risas y lágrimas, siempre me apuntó como meta la Felicidad, la cual persigo persistente porque me atrae, disfruto agradecido porque se me da gratuitamente, anhelo porque la espero. Estando y contemplando, me habita; saliendo y caminando, buscando y encontrando, la recibo y la dono. Ella está conmigo en el camino y me espera en la meta final.

Un día, de los tantos ya vividos, se me reveló, en clave de F: Fe + conFianza + Fiabilidad + Fidelidad = Felicidad. Desde entonces ha sido mi receta, sin diagnóstico. Hoy la quiero compartir, con quien le interese, por este canal “Cristovisión”, que nos invita a “ver la vida con los ojos de Jesús”.

“Porque confiamos esperamos”

Partimos del testimonio de una joven mujer, María de Nazaret. Ella no se fía de sus propias fuerzas, sino que confía sin reservas en Jesús, aunque no siempre lo entienda o reciba de él la respuesta que espera.

Recibe, acepta y pone en práctica, más como discípula que como madre, su mandamiento nuevo, proclamado en el lavatorio de los pies a sus discípulos, en la última cena: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes, unos a otros” (Jn 13,34).

María adhiere a este mandamiento nuevo y se dedica a hacerlo vida en sus actividades cotidianas, pasando de su rol de madre al de discípula y recreando su relación con Jesús. Ese cambio de roles y comportamientos la fue llevando por el camino de la fe, confiada, en su Maestro. Como los otros discípulos, ella es también llamada para “estar-con-él y ser enviada” (Mc 3,13-19).

Como seguidora de Jesús, está en la boda de Caná, amando a los novios, como Jesús los amaba, preocupándose personalmente por su bienestar, anticipando, haciendo suyo su apuro y actuando en la medida que le es posible para solucionarlo. Gracias a su presencia atenta, discreta y cuidadosa anticipa la sorpresa de la “buena nueva”, no confiada en sus propias fuerzas sino en la presencia y el poder de su Señor. La fiesta, boda de la vida, continua con vino nuevo y mejor.

Lo mismo que con la vida en fiesta, sucede con la vida herida, maltratada, ultrajada y matada. Allá, de pie, junto a la cruz, está María mujer, dispuesta y disponible para continuar con la misión del Hijo, como discípula con los discípulos amados. Ni la misma muerte pudo acabar con el recién inaugurado reinado del amor. La mujer recibe al discípulo y este la acoge en su casa, así nace la “nueva familia de Jesús”, sacramento de la nueva humanidad. El Otro Consolador los habita a la hora del miedo y les abre las puertas de la catolicidad, enviándolos en misión: vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y, no tengan miedo, yo estaré con Ustedes hasta los confines del mundo y el final de los tiempos. “Porque confían esperan” y la vida no mure, resucita.

De ella que confió y esperó aprendemos la fórmula de la Felicidad: Fe + conFianza + Fiabilidad + Fidelidad = Felicidad.

La meta, la felicidad

No es fácil el camino, pero tampoco imposible. María humana lo recorrió y todas las generaciones la llamamos “Bienaventurada”, feliz, desde la prima Isabel hasta nosotros, “porque ha creído”.

Foto: Francisco Martínez

Al origen del camino está la Fe, que no es un credo lógicamente enseñado, racionalmente aprendido y públicamente recitado, sino una experiencia íntimamente vivida, aún sin saberla explicar. Resultado de un encuentro con alguien que me ama y se entrega por mí, como lo testimonia Pablo de Tarso, el misionero de los gentiles. Alguien asesinado, pensando que moría, pero que se apareció vivo, caminó, conversó y comió con sus discípulos, resucitado. Que sique con nosotros por el camino.

Quien cree en Él, “con-fia” y se hace “con-fiable”, no solo con Él sino con todos los compañeros de camino, teje relaciones de “con-fianza” mutua, sustentadas en la Fidelidad continuada.

En la medida en que somos y permanecemos Fieles, nos hacemos integralmente justos. Vamos construyendo relaciones interpersonales e interinstitucionales confiables y esperanzadoras, entre iguales y diferentes. Relaciones libres y consoladoras, que nos hacen más humanos o, si queremos, más divinos o santos, convirtiendo toda la “comunidad de la vida” en lugar o espacio de Felicidad.

No es fácil decir en qué consiste el ser feliz, pues “puede ser muchas cosas, incluso contradictorias aparentemente. No es rebosar de alegría, no es carecer de problemas, no es estar libre de dolores, incluso de angustias. No consiste en que se realicen todos los deseos, a no ser que hayamos aprendido a no desear nada o a desear sin apego. Ser feliz es vivir en paz, vivir en armonía, sentirse bien consigo y con todos los demás, con todo. En paz con todo, a pesar de todo.

Para ello no necesitamos poseer una felicidad plena. Ni un ánimo perfecto, ni una pareja perfecta, ni una familia perfecta, ni una salud perfecta. Somos seres inacabados, y es inacabada nuestra felicidad, aun en el mejor de los casos. Además, ¿quién podría ser feliz del todo mientras no lo sean todos? ¿Quién debiera poder ser enteramente feliz mientas gente desempleada, mujeres maltratadas, países hambrientos, fronteras cerradas, refugiados repudiados, guerras atroces, salarios de miseria, ganancias abusivas? ¿Quién podrá ser feliz si se cierra ante la infelicidad ajena?

Gozar de salud y de unas condiciones económicas mínimas pueden ayudar a ser feliz, o incluso ser indispensable para la inmensa mayoría. Pero no pienses que cuanta mejor salud o más éxito tengas o más rico seas, más feliz serás. A menudo sucede más bien lo contrario: cuanto más tenemos más deseamos. Y cuanto más deseamos más infelices somos”. (cfr. Blog de José Arregui).

Tenía razón mi sabia madre: “si me miran como rica, yo no tengo nada, pero si me miran como pobre, a mí no me falta nada”. Vivo libre y feliz.

* Padre Salvador Medina, misionero de la Consolata en Colombia