LA CONSOLATA Y EL FUNDADOR

El  cuadro de Nuestra Señora de la Consolata, según lo que dice la tradición, fue un regalo del Obispo Eusebio para San Máximo, primer obispo de la ciudad de Torino, Italia, al final del siglo IV. Consolata es una palabra del dialecto “piamontés”, que significa “la Consolada y Consoladora”: María, consolada por Dios, cuando nos trajo Jesús, la gran Consolación, se volvió consoladora de la humanidad. Esta devoción creció y se extendió rápidamente por toda la región del Piamonte, norte del país. En la edad media la ciudad de Torino fue bombardeada y la capilla, donde el cuadro era venerado, quedó totalmente destruida y el cuadro quedó soterrado bajo los escombros.
La historia narra que en 1104, un señor francés muy rico y ciego, Jean Ravais, soñó algo: Él vio una lindísima señora portando un chico en sus piernas, al cual le decía: “Vaya a la ciudad de Torino (en Italia), encuentre mi cuadro y a usted le volverá la visión”. Tras haber superado muchas dificultades- puesto que nadie le creía- Ravais fue donde estaba la antigua capilla y encontró el cuadro. El obispo lo alzó ante el pueblo y exclamó: “¡Santísima Virgen Consolata, ruega por nosotros!” El ciego recuperó en el mismo momento su visión, era el día 20 de junio del año 1104. La capilla fue reconstruida y desde entonces, la devoción a Nuestra Señora  de la Consolata, no ha dejado de crecer. Con el proceso de migración de los italianos, al final del siglo XIX y principio del siglo XX, la devoción a la Consolata se extendió por todo el mundo. Esto ocurrió, de manera especial, gracias a sus Misioneros y Misioneras, movidos por el Padre José Allamano, que fue rector de su santuario durante 46 años y confió la familia misionera a la Consolata.  Allamano contemplaba Nuestra Señora para imprimir sus rasgos en sus misioneros y sus misioneras.

El beato   José Allamano nació en 21 de enero  de 1851, en una tierra llena de hombres santos, Castelnuovo d’Asti, hoy Castelnuovo Don Bosco, en la región  del Piamonte, norte de Italia. Era el cuarto de cinco hijos. Recibió de su madre, Mariana Cafasso, hermana de San José Cafasso, la educación en los primeros años. Muy temprano entró al oratorio de Torino, pero eligió, tras algunos años, entrar al seminario diocesano. Recibió la ordenación sacerdotal en 1873 y pronto fue nombrado director espiritual del seminario mayor. En el transcurso de estos años obtuvo el doctorado y la agregación a la Facultad de Teología de Torino. En 1880 fue nombrado rector del santuario de Nuestra Señora de la Consolata, en Torino, donde sirvió a la Iglesia por 46 años, comprendiendo de manera clara que todo sacerdote es misionero.  Cuando constató la abundancia de padres en las diócesis de Piamonte, fundó el Instituto Misionero de la Consolata, un 29 de enero de 1901, para las misiones en África. En 1910 fundó el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata. Murió el 16 de febrero de 1926 y fue beatificado por Juan Pablo II el 7 de octubre de 1990. Su vida y su obra, como rector del santuario de la Consolata y como fundador de familias misioneras, fueron totalmente iluminadas e influenciadas por la presencia y por las actitudes de María, a quien le atribuía el éxito de su servicio apostólico en la Iglesia local y en la Iglesia misionera.

NUESTROS SANTOS

José Cafasso nació en Castelnuovo d’Asti en 1811, fue el tercero de cuatro hijos, de los cuales la última, Mariana, será la madre del Beato José Allamano. Desde muy joven se lo veía como un pequeño santo en la familia y en toda la ciudad. Hizo sus estudios teológicos en el Seminario de Chieri y en 1833, fue ordenado presbítero. Cuatro meses después se fue a vivir al Internado Eclesiástico para perfeccionar su formación sacerdotal y pastoral. Allí vivirá por toda su vida, volviéndose su rector. Cuida de la enseñanza con gran atención y tiene por objetivo formar a buenos confesores y predicadores hábiles. José estudia y profundiza en la espiritualidad de San Francisco de Sales, que él transmitiría después. Contribuyó directamente en la formación y en la construcción de la personalidad y de la espiritualidad de Don Bosco y José Allamano. Es típico de su enseñanza la valoración del deber cotidiano en vista de la santificación. Siempre atento a las necesidades de los últimos, visitaba y apoyaba los más pobres, llevándoles la consolación que venía de su ministerio sacerdotal. Su apostolado consistía también en el acompañamiento espiritual de los encarcelados y de los condenados a la muerte, hasta el punto de ser definido como “el padre de los encarcelados”. Prudente y reservado, maestro espiritual, fue Director de padres, laicos, políticos y fundadores. Murió tras una breve enfermedad, con tan solo 49 años, el día 23 de junio de 1860. Fue beatificado en 1925 y canonizado por Pio XII en 1947, que lo reconoció como “modelo de vida sacerdotal, padre de los pobres, consolador de los enfermos, alivio de los encarcelados, salvación de los condenados al patíbulo”.

Nacida en Anfo, norte de Italia, en 1891, la misionera de la Consolata Irene Stefani fue una de las primeras religiosas en entrar en la congregación, habiendo sido recibida por el mismo fundador, el Beato José Allamano. Pasado el noviciado, se fue a Kenia.  En 1915, donde trabajó con los enfermos y con la formación de los jóvenes. El postulador de la causa de beatificación de la hermana Irene, el misionero de la Consolata, Gottardo Pasqualetti, narra cómo era la relación de la hermana con las personas: “Acogía a todos, en cualquier hora del día o de la noche. Una fuerza interior la impulsaba a ir hasta el encuentro de las personas más necesitadas, que trataba con respeto, delicadeza, dulzura y afabilidad, sin hacer distinciones. El pueblo la recuerda como una madre, aquella que quiere bien a todos, la misericordia personificada: “la madre misericordia”. La hermana condensó en pocas líneas su programa de vida: “¡Solo Jesús! Todo con Jesús… toda de Jesús… Todo para Jesús… Nada mío. “Siendo enfermera, la hermana Irene fue contagiada por un paciente y murió de su enfermedad con tan solo 39 años, el día 31 de octubre de 1930, dejando un ejemplo de dedicación que le trajo el título de “Madre de Misericordia”. El día 23 de mayo de 2015 se hizo beata en Kenia, África, junto al pueblo que tanto amó como enfermera y evangelizadora.

Rosa (su nombre de bautismo), nació el día 9 de diciembre de 1940, en Rezzannella di Gazzola (Piacenza, Italia). Pasada la Guerra, su familia se trasladó para Sesto São João y en aquel suburbio de Milano, Rosita vivió sus años de juventud. Un 5 de mayo de 1962 ingresó en el Instituto de las Misioneras de la Consolata y, cuando empezó el noviciado, el día 22 de noviembre de 1963, recibió el nombre de Hermana Leonella. El 22 de noviembre de 1965 hizo su primera profesión religiosa. Fue enviada a Inglaterra para hacer estudios de enfermería e inglés, hasta 1970, cuando se fue a Kenia, donde hizo su profesión perpetua un 19 de noviembre de 1972. Trabajó con entusiasmo misionero en hospitales y en la formación de jóvenes enfermeros y enfermeras. En 1993 fue nombrada Superiora Regional en Kenia, servicio que desempeñó con entusiasmo y coraje durante seis años. Al terminar esa misión, fue solicitada su colaboración en la organización de una escuela de enfermería en Somalia. Prontamente se dispuso, sabiendo que los desafíos y peligros eran muchos, en razón de la creciente presión del fundamentalismo islámico contra los cristianos. Los fundamentalistas sospechaban que la hermana Leonella, por medio de la escuela, estaba haciendo proselitismo, formando cristianos. Por esto, ella fue asesinada el día 17 de setiembre de 2006, con siete tiros. Antes de morir, con lo poco de voz que le quedaba, dijo: “Perdono, perdono”, convirtiéndose en “Mártir del perdón”. Fue beatificada en Piacenza, el 26 de mayo de 2018.