
En este día del Jubileo de los Pobres, en el marco de la Jornada Mundial de los Pobres, se desplegó en el Vaticano un gesto de humanidad profunda: alrededor de 1.300 personas en situación de exclusión social se reunieron con el Papa León XIV en el Aula Pablo VI para compartir un almuerzo festivo, cuidadosamente organizado por la familia vicenciana.
Por Andrés Juan Campo *
La escena era conmovedora: risas entre las mesas, música napolitana de una pequeña orquesta, voluntarios que servían con ternura, y platos simples —lasaña de verduras, filetes empanados con patatas, fruta fresca y babà para el postre—, todo dispuesto no como una limosna fugaz, sino como una celebración de dignidad.
En su alocución durante el almuerzo, el Papa expresó gratitud a la Providencia y a la generosidad de los vicencianos. Con voz afectuosa, invitó a quienes estaban presentes a recibir la mesa como un signo de fraternidad y a ofrecer su bendición a quienes sufren a causa de la guerra, el hambre y la violencia.
Precisamente en la eucaristía previa, el Papa León XIV había recordado la multiplicidad de pobrezas que golpean el mundo moderno: no solo la escasez material, sino también la pobreza moral, espiritual y, sobre todo, la soledad que oprime a tantos. Llamó a una mirada “integral” hacia la pobreza y urgió a los dirigentes mundiales a atender no solo lo urgente, sino a construir estructuras de justicia que rompan con el abandono. “No puede haber paz sin justicia”, afirmó.
Mientras tanto, quienes estaban en las mesas contaron historias que resonaban más allá de la comida: migrantes de Ucrania y Nigeria, personas sin hogar, familias desplazadas, madres que amamantaban a sus hijos, voluntarios que acompañan en el dolor cotidiano. Al concluir el almuerzo, el Papa incluso instó a algunos a llevar fruta napolitana a casa y bendijo a todos con un regalo al salir.
Este acto público no fue solo un evento caritativo: fue una profecía encarnada. En esa mesa, la Iglesia recordó quiénes son sus preferidos; no en teoría, sino con gestos concretos. Recordó que la misión del Evangelio no es administrar limosnas desde la distancia, sino encontrarse, compartir, sanar y levantar.
El sentir consolato
Para los Misioneros de la Consolata en Latinoamérica, este Jubileo nos interpela fuertemente:
- Nos invita a caminar junto a los más pobres, no desde arriba, sino al lado de sus historias, reconociendo su dignidad y escuchando su palabra.
- Nos desafía a transformar nuestra pastoral en un servicio comprometido e integral, que no solo alivia necesidades inmediatas sino que promueve una justicia estructural.
- Nos anima a permitir que quienes sufren nos evangelicen con su fe sencilla, su esperanza resistente y su testimonio de vida.
Que este momento no sea solo una buena noticia para leer, sino un impulso para vivir una misión más radical: donde la comunión con los pobres no sea ocasional, sino esencia de nuestro caminar misionero. Porque allí, en cada rostro que se sienta a la mesa, está Cristo mismo.
* Por Andrés Juan Campo Araque – Comunicador Social


