La Casa Común: por una conversación que nos una a todos

“Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (Laudato Sí, 2)

Por Luis Ventura, LMC

“Laudato Si’” ha llegado a nosotros con fuerza profética. Un llamado a aguzar los sentidos y escuchar el grito de los pueblos y el grito de la tierra; a responder con creatividad y sin demora a la grave crisis ecológica, social y ética que vivimos como familia humana. Algunas claves de lectura nos pueden ayudar a abrazar el llamado que el Papa Francisco nos lanza.

Hermana madre tierra, lugar de la alianza (LS, 1)

La tierra es nuestra hermana y nuestra madre: hermana, con la que compartimos la aventura de la existencia y el proyecto creador de Dios; madre, a la que debemos reverencia, agradecimiento y cuidado, pues de ella nos viene la vida. La Iglesia de América Latina ya había recuperado este cántico de Francisco en el Documento de Aparecida, en 2007. “Nuestra hermana la madre tierra es nuestra casa común y el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la Creación” (DAp, 125).  

A cada persona que habita este planeta.

Laudato Si’ se dirige a cada persona. Esto nos sitúa en estado de diálogo, en la búsqueda de una conversación que nos una a todos (LS, 14) para buscar caminos de liberación (LS, 64) que permitan proteger y cuidar la Casa que compartimos, donde es posible la vida de todos.

Ver, Juzgar y Actuar

El texto sigue una estructura conocida: ver (capítulo 1), juzgar (capítulos 2 a 4) y actuar (capítulos 5 y 6). Primero nos ayuda a percibir y comprender los graves daños y heridas que nuestro modo de producir y de consumir ocasiona sobre la tierra (Capítulo 1).

Analiza la raíz de estos gritos (Capítulo 3) y denuncia como el modelo de desarrollo y de crecimiento depredador, confiante en el progreso y en las respuestas de la técnica, no está reaccionando con firmeza y continúa generando pobreza y exclusión social. Los más afectados por la degradación ambiental son los pobres y todas aquellas comunidades y pueblos que ven sus territorios explotados por un sistema económico que lleva a la Naturaleza a sus límites. No hay una crisis ambiental de un lado y una crisis social  de otro; sino una única crisis socio-ambiental que nos interpela (LS, 139).

Francisco nos pide promover una Ecología Integral (Capítulo 4), que permita la “honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo” (LS, 138) y contemple la integralidad de la relación entre la familia humana y toda la Creación. En los Capítulos 5 y 6 propone caminos de diálogo y de cambios de estilo de vida y de sensibilidad, desde el ámbito más personal y familiar hasta el plan comunitario y social.

Del dominio al Cuidado

Este es el gran paso que se nos propone. Hemos crecido pensando que éramos los dominadores de la madre tierra (LS, 2). El sistema económico capitalista se basa en la idea de dominio de la naturaleza, a la que se relega como simple almacén de recursos naturales. Incluso una lectura desenfocada de la Creación ha llevado a algunos a defender que el papel del ser humano es el de dominar la tierra.

Frente a esto, Francisco propone una relectura del Evangelio de la Creación (Capítulo 2) para acoger y vivir otra lógica totalmente diferente: la lógica del cuidado, del cultivo y de la reciprocidad, sabiéndonos parte de un proyecto mayor, el proyecto creador de Dios, del cual somos parte y co-responsables.

Tres lentes

Se propone leer Laudato Si’ con tres lentes diferentes. Primero, como creyentes, hijos de Dios que es Creador y Libertador. Segundo, como habitantes de este planeta. Y tercero, como habitantes de nuestra ciudad, nuestro país y nuestro “Abya Yala”.

La mayor parte de los Estados latino-americanos ha intensificado en los últimos años la apuesta por un crecimiento económico que se alimenta de la sobreexplotación y extracción de bienes comunes (minería, petroleras, agroindustria) y frente a eso debemos tener una postura.

Espiritualidad encarnada y esperanzada

Por último, la Encíclica nos propone posibilidades de transformación. La esperanza es un grito que recorre toda la Encíclica. El mundo es un misterio gozoso (LS, 12), el desafío es grande pero hermoso (LS, 15), el Creador no nos abandona (LS, 13), todos podemos colaborar como instrumentos de Dios (LS, 14), es posible volver a ampliar la mirada (LS, 112).

La transformación necesaria pasa por cambios en nuestro estilo de vida y de consumo, y por un desafío educativo que llegue a todas las familias, comunidades y pueblos; pasa también por recuperar la capacidad de la política, liberándola del sometimiento a las finanzas y la tecnología y disponiéndola al servicio del bien común.

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