
Desde los últimos 12.600 años de coevolución entre humanos, plantas, animales, clima y paisajes, la humanidad ha hecho presencia en la Amazonia, para crear culturas, lenguas, instituciones, tecnologías, saberes; para transformar los paisajes y para evolucionar en lo que hoy conocemos como selva húmeda tropical, Amazonía.
Por Salvador Medina*
El bioma amazónico cumple tres mil millones de años de evolución geológica. Desde que América se separó de África, hace unos 100 millones de años, emprendió un dinámico y específico proceso de configuración geoespacial. Por lo menos desde los últimos 12.600 años de coevolución entre humanos, plantas, animales, clima y paisajes, la humanidad ha hecho presencia en la Amazonia, para crear culturas, lenguas, instituciones, tecnologías, saberes; para transformar los paisajes y para evolucionar en lo que hoy conocemos como selva húmeda tropical (Jorge Reinel Pulecio Yate, “La Panamazonia en 200 notas”, UNAD, 2022).
La propuesta del Sínodo de la Amazonía de “crear un organismo episcopal que promueva la sinodalidad entre la Iglesia de la región panamazónica, que ayude a delinear el rostro amazónico de la Iglesia y que continúe la tarea de encontrar nuevos caminos para la misión evangelizadora” (DF, 115), recibió, por unanimidad, el nombre de Conferencia Eclesial para la Amazonía”.
Además de este organismo eclesial, no únicamente episcopal, contamos, en Colombia, con la Provincia eclesiástica coordinada desde la Arquidiócesis de Florencia y, desde hace poco más de 10 años, con el Vicariato Apostólico de Puerto Leguizamo – Solano. Claro que delinear o trazar las estructuras político jurídicas y eclesiásticas, no es suficiente para hablar de una Iglesia Particular o Local con rosto propio.
El joven rostro socio cultura, caqueteño y putumayense, no se caracteriza aun claramente, se está apenas delineado. Las corrientes de violencia y de muerte que han atravesado esta antigua y siempre nueva unidad cultural, que lleva dentro ese sueño de paz, progreso y “buen vivir”, lo han obstaculizado y retardado. A partir de los años 80 y 90, las guerrillas de izquierda, los extractores ilegales o legales del oro y la madera, los cultivadores de coca y los narcotraficantes han sembrado la muerte entre las semillas del “buen vivir”, transformando un territorio ambientalmente apacible en social y políticamente violento, imponiendo el miedo a la esperanza. No obstante, la Iglesia Católica sigue pacientemente presente, buscando y tejiendo, como sus ancestros con los canastros, su propio rostro.
Herencia y novedad
Son varias las fuentes espirituales que han venido vitalizan el rostro de este territorio en construcción:
- El territorio mismo, espacio agreste y misterioso, bañado y vitalizado por sus abundantes corrientes de agua, vehículos de la conectividad interna e internacional. Aquí el Creador nos ha hecho custodios, no dueños, llamados a una “conversión ecológica” permanente para convivir armoniosamente, cuidando amable y responsablemente esta “casa común”. El mismo refleja diversos y contradictorios grados de intervención humana.
- Las diferentes culturas, tradiciones, espiritualidades y lenguas, que coexiste en el contexto. Se deben conocer y reconocer, valorar y, “todos a una como en Fuenteovejuna”, generar encuentros, diálogos, intercambios, fiestas, mingas, etc., que contribuyan a diseñar ese tejido cultural del “buen vivir”, que casi todos los habitantes albergan en su interior.
- Desde tiempos remotos ha sido notoria la presencia e influencia de algunas Ordenes o Congregaciones religiosas, masculinas y femenina: jesuitas, franciscanos, capuchinos, misioneros/as de la Consolata, muchos fieles laicos y laicas que, desde sus identidades y profesiones, han dejado su impronta espiritual en ese rostro colectivo llamado Iglesia.


Sería muy valioso poder rescatar el legado espiritual de todos estos pioneros, pero la brevedad del espacio y la premura del tiempo para una cuidadosa investigación, me restringen a una breve reseña relacionada con la Familia Misionera de la Consolata, presente y actuante en los últimos casi 80 años. La presentaré en cuatro grandes dimensiones, las mismas que conforman las culturas.
- Personas identificadas consigo mismas, bien humanas. Capaces de salir de sí mismas, sus familias, su tierra y sus culturas, para venir y habitar en el territorio de otros, sin otra motivación que la de servir a la misión del Dios de Jesús, que se convierte en camino de santidad. Bien humanas, entonces santas. Capaces de estar solas, consigo mismas, sin aislarse. Dispuestas a permanecer y recorrer territorios alejados, siempre al encuentro de las gentes, en nombre del amor. Identificadas con su consagración para la misión de Dios y motivadas por la santidad de vida, como les propone su Fundador José Allamano: “primero santos y después misioneros”. Considerando la santidad y la misión como las dos dimensiones esenciales e integrales de la misma vocación. La misión es camino hacia la santidad y esta es el alma de la misión.
- Personas llamadas a la vida comunitaria, socialmente identificadas como de la Consolata, sinodalmente participantes en la mesa de la “comunidad de la vida”, construyendo iglesia y sociedad, con la evangelización y la promoción humana, los dos rieles del tren de su misión. La Iglesia sí, pero también la plaza y el territorio; el templo sí, pero también la escuela y el dispensario; la catequesis sí, pero también la formación de la conciencia social y política; la comunidad de fe sí, pero también la organización ciudadana y civil; la conversión personal sí, pero el cambio de estructuras y hasta de sistema también; el perdón y la reconciliación sí, pero la justicia restaurativa también; los campesinos y colonos sí, pero también los indígenas y afrodescendientes. Siempre en diálogo de comunión y participación.
- Personas de fe, con un carisma común y ministerios diversos: obispo, presbíteros religiosos y diocesanos, diáconos y catequistas, “cooperadores laicos”, como los llamó el P. Ariel Hoyos, en los tiempos de Monseñor Ángel Cuniberti, laicos y laicas locales o venidos de afuera, servidores todos de la vida, priorizando donde se ve más frágil, más enferma, amenazada de muerte. Personas de fe y de oración, confiadas en la Providencia divina, conscientes que la misión no es de ellas sino de Dios, dispuestas, eso sí, a dar lo mejor de sí mismas.
- Personas conectadas con toda la “comunidad de la vida”, trabajando y cultivando el pan, codo a codo con el pueblo, como compañeros de camino. Dispuestos a sentarse junto a los otros para compartir el Pan de la Eucaristía y el sancocho de la comunión, confeccionados ambos con los productos de la madre tierra y del trabajo humano, expresión de esa economía autosostenible, solidaría y respetuosa del medio ambiente.
Agentes pastorales se preparan para su servicio en la Amazonía. Vicariato Apostólico de Puerto Leguizamo – Solano (2024).
Con esta herencia en las manos y en el corazón, hoy nos estamos empeñando en transparentar ese rostro Amazónico de la Iglesia de Jesucristo, en el Vicariato de Puerto Leguizamo – Solano, como en su tiempo lo intentó la misión carmelita, con Monseñor Gonzalo López, en el territorio de Sucumbíos – Ecuador (“La historia de Sucumbíos desde las voces de las mujeres”, Federación de Mujeres de Sucumbíos, Abya Yala, 2009)
* Padre Salvador Medina es misionero de la Consolata en Colombia