
Respeto, encuentro y profundidad de la animación misionera en entornos espiritual y religiosamente diversos. ¿Qué significa hoy hacer animación misionera con jóvenes y niños, especialmente cuando no todos comparten la fe católica?
Por Donald Mwensa y Diana Sosa *
Esta pregunta atraviesa muchas de las experiencias pastorales actuales, donde la diversidad religiosa, cultural y familiar es un dato de la realidad. Contextos donde no todos son católicos, o lo son de formas muy diversas: algunos son practicantes activos, otros están alejados, otros provienen de familias con distintas creencias o se definen como agnósticos. Lejos de ser un obstáculo, esta diversidad puede convertirse en una oportunidad para proponer caminos que hablen de Dios desde la vida, desde la cercanía, y desde valores profundamente humanos y cristianos.

La animación misionera es más que una actividad puntual o un ciclo de talleres. Es una forma de estar, de acompañar, de invitar a descubrir una vida con sentido. Y cuando esta propuesta se dirige a chicos y chicas, se vuelve especialmente delicada y potente: ellos están formando sus criterios, su mundo interior, sus vínculos. Por eso, la animación misionera en contextos abiertos busca abrir puertas.
Cuatro dimensiones para crecer
La apertura a la trascendencia, espiritualidad, fe y madurez interior son parte de una propuesta metodológica que articula cuatro grandes dimensiones del crecimiento interior, ellas se entrelazan y desarrollan según el contexto y la edad de los participantes.
Creencia: despertar la posibilidad de creer

En ambientes donde la fe no siempre ha sido cultivada, lo prioritario es habilitar el terreno de la creencia. No se trata de enseñar dogmas, sino de reconocer en cada niño y joven la capacidad de asombro, la apertura al misterio, el deseo de sentido. Esta etapa busca tocar el corazón antes que la mente, despertar preguntas más que ofrecer respuestas y sobre todo indagar en las experiencias y relatos de creencias, que han dado coherencia a la vida trascendente familiar.
Los espacios de silencio, gratitud y contemplación, narraciones que provocan preguntas profundas, son parte de las propuestas de esta etapa.
Desarrollo espiritual: cultivar la interioridad
Aquí se profundiza en la dimensión espiritual como parte constitutiva del ser humano. Se acompaña a niños y jóvenes a descubrir su mundo interior, a conectar con sus emociones, su historia, sus vínculos, su sed de trascendencia. No se trata aún de una fe confesional, sino de una espiritualidad que abre caminos al encuentro con el otro, descubriendo la propia potencialidad de hacer el bien.
Los espacios donde los ñinos y jóvenes expresan lo que sienten, prácticas de atención plena, círculos de diálogo sobre los valores y signos que dotan de sentido a nuestras vidas, como la amistad, el perdón, el amor, son actividades que se van proponiendo por parte de diferentes adultos cuidadores que comparten los espacios educativos y pastorales, generando un acompañamiento personalizado.

Desarrollo religioso: presentar el mensaje de Jesús
Los procesos individuales de desarrollo espiritual dan paso a los desarrollos religiosos comunitarios, donde se vive la experiencia de lo sagrado, experimentando la voluntad trascendente que dota de sentido y alegría el camino iniciado.
Un corazón atento puede recibir con claridad y ternura el mensaje cristiano. Aquí se comparte la figura de Jesús, su vida, sus gestos, sus enseñanzas. Se introducen también los signos y símbolos de la fe católica, las oraciones sencillas, las celebraciones y la pertenencia a una comunidad que ama y sirve.
La escucha de la palabra, las dramatizaciones de pasajes de evangelio, talleres litúrgicos, oración comunitaria, gestos solidarios inspirados en el Evangelio.Testimonios de vida de personas de fe, son expresiones que se viven en la comunidad apostólica en crecimiento.
Espiritualidad madura: integrar la fe en la vida
En esta etapa —especialmente pensada para adolescentes o jóvenes— se acompaña el paso hacia una fe libremente asumida, integrada en la vida cotidiana, que orienta decisiones, vínculos, proyectos y el modo de estar en el mundo. Se propone una espiritualidad que no es evasión, sino compromiso y discernimiento, capaz de dialogar con la realidad y buscar la voluntad de Dios en cada situación.
Los ritos de nuestra fe, compartidos y sentidos en comunidad, se tejen a diario para dar dar urdimbre y orientar la trama de reflexiones profundas acerca de valores como la justicia, vocación, ética. Espacios de dicernimiento personales y grupales,
experiencias misioneras de servicio que surgen del dicernimento de interpretar los gritos de consuelo en los entornos próximos o no. El compromiso comunitario, el acompañamiento espiritual disponible y la lectura orante de la Palabra son fundamentales para consolidar el ser misionero.

El camino misionero del segundo anuncio
En este camino misionero, la clave no está en la cantidad de respuestas, sino en la calidad del anuncio y el acompañamiento. La animación misionera prepara corazones, ofrece espacios significativos, y confía en que Dios actúa en lo profundo, incluso cuando los frutos no se ven de inmediato.
Animar misioneramente es sembrar esperanza en tierra diversa. Es acercar a niños y jóvenes a la fe cristiana como una propuesta bella, liberadora y profunda, y hacerlo con el lenguaje universal del amor, el respeto, la alegría y la vida compartida.
* Padre Donald Mwenesa, IMC, responsable AMJV Región Argentina. Diana Sosa, profesora del Colegio Consolata, Argentina.


