Autocuidado y desarrollo integral en la vejez

“El autocuidado es el trabajo que realiza el espíritu en nosotros”. Fotos: Jaime C. Patias

“Hay una juventud de espíritu que perdura en el tiempo; surge del hecho de que, en cada etapa de la vida, la persona busca y encuentra una nueva tarea que cumplir, una forma particular de ser, de servir y de amar” (Vida Consagrada, 70).

Por Charles Gachara Munyu *

Con estas palabras, el padre Giuseppe Crea, misionero comboniano y psicoterapeuta, presentó el tema “Autocuidado y Desarrollo Integral en la Vejez” el viernes 12 de septiembre de 2025, al concluir la segunda semana del curso de formación permanente para un grupo de misioneros de la Consolata que celebran su jubileo.

“El autocuidado es la obra que el espíritu realiza en nosotros, y es una obra que perdura por toda la vida”, explicó el profesor de Psicología de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. Al entrar en la vejez, los religiosos y religiosas expresan un profundo deseo de envejecer en “santa paz”, tras haberse dedicado plenamente a su comunidad y vocación. Envejecer en la vida consagrada es un camino profundo, marcado no solo por el deterioro físico, sino también por oportunidades de renovación espiritual, la apropiación personal del proceso de envejecimiento y el fortalecimiento de la comunión con Dios y la comunidad.

Seguido, el Padre Crea destacó los elementos esenciales para afrontar la situación y envejecer en paz.

Diálogo, escucha y confianza

Para una vejez plena es esencial mantener un diálogo significativo y una escucha atenta dentro de la comunidad, fomentando la confianza entre las personas mayores y sus cuidadores. Estos intercambios permiten a los religiosos mayores sentirse valorados y comprendidos, transformando los desafíos del envejecimiento en tareas compartidas y apoyo mutuo. La confianza les permite adaptarse con flexibilidad a nuevos roles, optimizando sus contribuciones de acuerdo con sus capacidades actuales.

Padre Giuseppe Crea, misionero comboniano y psicoterapeuta

Aceptar y adaptarse al envejecimiento

Reconocer que el envejecimiento es una experiencia única para cada persona, invita a la apropiación personal de esta etapa como un tiempo de crecimiento continuo y plenitud profesional. Aceptar las limitaciones, en equilibrio con la apertura a nuevas oportunidades, permite una adaptación sin resignación. Este proceso dinámico invita a los religiosos mayores a redefinir creativamente su identidad y misión, manteniendo un espíritu joven a pesar de las limitaciones físicas.

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Fortaler la conexión espiritual y los lazos comunitarios

La vejez puede profundizar el vínculo espiritual con Dios, que se convierte en una fuente de fortaleza y consuelo en medio de la vulnerabilidad. Este período fomenta el redescubrimiento de la esencia del camino de fe y el fortalecimiento de la vida de oración, que sustenta la resiliencia y la esperanza. Simultáneamente, nutrir la solidaridad y la unidad dentro de la comunidad de acogida, crea un ambiente de cuidado y aprecio compartidos, que enriquece tanto a los mayores como a los jóvenes.

Actividad física, aprecio y resolución de problemas

En la práctica, mantener una actividad física adecuada, como ejercicio suave o tareas comunitarias adaptadas a las capacidades personales, promueve el bienestar y la vitalidad. Reconocer y apreciar los dones y la sabiduría que ofrecen los mayores beneficia a toda la comunidad, neutralizando los sentimientos de aislamiento. Además, abordar las dificultades relacionadas con la edad con una actitud positiva —aceptando ayuda, buscando soluciones y creando un compromiso significativo— permite que los religiosos mayores afronten sus desafíos con dignidad.

Unidad y Contribución Continua

En definitiva, la vejez en la vida religiosa nunca debe convertirse en un tiempo de mera espera, sino de participación activa y unidad en la misión. Los religiosos mayores están llamados a seguir contribuyendo mediante roles adaptados, compartiendo sus experiencias acumuladas e inspirando a la comunidad con el testimonio de una vida integrada en la fe y el servicio. Este enfoque unificado no solo honra su dignidad, sino que también fomenta una identidad comunitaria que se enriquece con cada generación.

Participan del curso de formación permanente en Roma, del 1 al 27 de septiembre, quince misioneros (14 sacerdotes y 1 hermano) de África, Latinoamérica y Europa. El programa incluye momentos de reflexión, trabajo en grupo, intercambio y celebraciones.

* Padre Charles Gachara Munyu, IMC, misionero en Venezuela.

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