
“Ponga su dedo aquí; vea mis manos. Extiende tu mano y ponla en mi costado. Deja de dudar y cree” (Jn 20,27). La misericordia de Dios no engaña, no es paternalista ni asistencialista, sino acción concreta para transformar y liberar.
Por Jaime C. Patias *
Jesús resucitado aparece en medio de sus discípulos y les saluda: “La paz esté con vosotros”. Luego les muestra las heridas de su cuerpo glorificado. La paz del Resucitado es el don abundante de la vida donada para toda la humanidad y debe tocar la mente, el corazón y la carne de cada persona.
Jesús resucitado derrama el Espíritu Santo sobre sus discípulos, dándoles el poder de perdonar los pecados, la gracia de transmitir a todos el amor misericordioso de Dios. Esta es la principal preocupación del Señor Resucitado. Las heridas del Crucificado son una efusión de gracia no sólo para los que tienen dificultades en la fe, sino también para los heridos en la carne.
El encuentro con Jesús resucitado es la alegría de la comunidad de los creyentes; es la razón de la comunión de espíritu y del compartir los bienes y la vida entre ellos para que la fraternidad sincera exprese el amor de Dios. Sólo así la fe se convierte en un estilo de vida y de acción retratado en la utopía de la comunidad que “tenía una sola mente y un solo corazón” compartiendo todo (Hechos 4, 32-35). El apóstol Juan también insiste en ello (1Jn 5, 1-6).
Tomás pasó de la incredulidad a la espléndida proclamación: “¡Señor mío y Dios mío!”. Su camino de fe es una inspiración para todos nosotros, porque en él encontramos también al Señor resucitado, que declara dichosos a los que, aunque no lo hayan visto, saben reconocerlo vivo por la fe. Por eso dice San Gregorio Magno: “La incredulidad de Tomás fue más provechosa para nuestra fe que la fe de los discípulos que creyeron enseguida.
Fiesta de la Divina Misericordia
El segundo domingo de Pascua es el “Domingo de la Divina Misericordia”, en respuesta a la petición de Jesús a la monja polaca Faustina Kowalska. La fiesta fue instituida por el Papa San Juan Pablo II el 30 de abril de 2000, día en que también canonizó a Sor Faustina, conocida como el Apóstol de la Divina Misericordia. De hecho, en el Evangelio de este domingo, Jesús resucitado da a los discípulos el anuncio de su misericordia: “A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados” (Jn 20,23).

Misericordia, como dice la propia palabra, del latín: miserere (tener compasión), y cordis (corazón). “Tener compasión del corazón”: tener la capacidad de sentir lo que siente el otro, tener corazón para el miserable, estar atento a los demás, al prójimo. Para ver dónde sufren, dónde están sus heridas, sus necesidades. Tener los ojos abiertos, no ser indiferentes y no formar parte de esta globalización de la indiferencia de la que habló el Papa Francisco en Lampedusa y en varias otras ocasiones.
En segundo lugar, debemos recordar que la misericordia no es sólo compasión, sino también una actitud, una virtud activa. Quiere combatir la miseria, quiere salir a su encuentro. No sólo mueve el corazón, sino también las manos y los pies.
Por eso, hay que tratar de no reducir la misericordia a sentimientos subjetivos e íntimos de piedad, pues va mucho más allá. También es una cuestión de justicia socioambiental.
En la Bula Misericordiae Vultus (MV), el Papa Francisco cita el pasaje de Lucas (4,16-20) en el que Jesús se presenta en la Sinagoga y anuncia que ha venido a “anunciar la Buena Noticia a los pobres… liberar a los presos y devolver la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.”
Jesús recuerda la propuesta del capítulo 25 del libro del Levítico (también en Isaías 61,1-2): el año del Jubileo, del perdón de las deudas, de la liberación de los esclavos, de la devolución de las tierras a sus propietarios originales. ¿Qué significaría hoy esta profecía? “¡Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso!” (Lc 6,36). Si lo que hacemos y proclamamos en la Iglesia, no es una Buena Noticia para los que más sufren, ¿qué Evangelio estamos anunciando? ¿A qué Jesús seguimos?
Creer en el Resucitado es vivir la misericordia de Dios y el principio de la misericordia es el más importante en la vida de Jesús y de la Iglesia; ésta no engaña, no es paternalista ni asistencialista, sino acción concreta para transformar y liberar. En la historia de la salvación, la misericordia es un sustantivo que se convierte en verbo para personificarse en Jesús, el rostro misericordioso del Padre.
Para resaltar el principio de la misericordia, en la misa celebrada por el Papa Francisco en la Iglesia del Espíritu Santo, en Sassia, cerca del Vaticano, el domingo (11), también participaron internos de tres centros penitenciarios de Roma, jóvenes refugiados de Oriente Medio y África, y un grupo de enfermeras. Este es el Santuario que el Papa San Juan Pablo II lo dedicó al culto promovido por Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia.

Siguiendo el ejemplo del apóstol Tomás, acojamos la misericordia, que es la salvación del mundo y mostremos misericordia con los más frágiles y necesitados en esta pandemia. La “opción por los pobres” es ante todo una opción del Espíritu; no es posible vivir y anunciar a Jesús si no es desde la defensa de los últimos y desde la solidaridad con los excluidos.
* Padre Jaime C. Patias, IMC, Consejero General para América.