De Frassati a Acutis: el rostro joven de la nueva santidad

En un gesto que resuena con particular urgencia en nuestro tiempo, la Iglesia Católica se prepara para canonizar a dos figuras que, aunque separadas por casi un siglo, funcionan como los dos pilares de un mismo puente: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis. Su elevación conjunta a los altares no es una coincidencia litúrgica, sino un audaz manifiesto pastoral. Frente a una modernidad fracturada por el individualismo y una era digital que promete conexión pero a menudo cosecha soledad, el Vaticano propone una hoja de ruta para la fe encarnada, una que atiende tanto a las heridas del cuerpo social como a los desiertos del alma virtual.

Por Santiago Quiñónez

Pier Giorgio Frassati en la Cuestión Social

Para comprender a Frassati (1901-1925), es preciso imaginar el Turín de la posguerra: una ciudad industrial, convulsa, marcada por la brecha entre una burguesía opulenta y un proletariado empobrecido, y en la que ya se gestaba el fascismo. En este escenario, Pier Giorgio, hijo del fundador del periódico La Stampa, era un aristócrata de cuna, pero un mendigo por elección. Su santidad fue una santidad de músculos, de zapatos gastados y de bolsillos perpetuamente vacíos.

No fue un teórico de la caridad, sino su operario. Sus biógrafos relatan cómo llegaba a casa sin su abrigo en pleno invierno o volvía descalzo tras haberle dado sus zapatos a un pobre. Su hermana Luciana cuenta en sus memorias que la familia a menudo lo reprendía por sus “malas compañías”, sin comprender que esas compañías —los enfermos y desamparados de los barrios bajos de Turín— eran su verdadera capilla.

Su espiritualidad no era etérea, sino profundamente anclada en la Eucaristía y la acción. “La caridad no es suficiente; necesitamos una reforma social”, escribió en una de sus cartas, mostrando una conciencia política inusual. San Juan Pablo II, quien lo beatificó en 1990, lo definió con una precisión inigualable como “el Hombre de las Ocho Bienaventuranzas”, un joven que demostró que la santidad es compatible con una vida laica, alegre y plenamente inmersa en los desafíos del mundo. Frassati es el antídoto contra la fe privatizada e indolente; un recordatorio de que creer es, ante todo, actuar.

Aunque no existen pruebas de un contacto frecuente, es casi seguro que Pier Giorgio Frassati conoció al San José Allamano, rector del Santuario de la Consolata que él solía frecuentar. Testigos de la época, como el canónigo Nicola Baravalle, recuerdan haberlos visto coincidir en actos e incluso conservamos una fotografía en la que aparecen juntos, junto al arzobispo Gamba. El propio Baravalle relató que, al enterarse de la muerte de Frassati en 1925, Allamano lloró conmovido, signo inequívoco de un aprecio profundo: no se llora por un desconocido. Esta afinidad espiritual —el amor a la Eucaristía, a los pobres y al compromiso social— revela una sintonía que trasciende lo anecdótico y enlaza sus caminos en la misma vocación de santidad laical y misionera.

Capilla dedicada a Giorgio Frassati en la catedral de Torino. Foto: Vatican Media
Carlo Acutis en el ‘Continente Digital’

Si Frassati nos enseña a encontrar a Cristo en las periferias físicas, Carlo Acutis (1991-2006) nos muestra cómo encontrarlo y anunciarlo en los areópagos digitales. Criado en el Milán de la era de internet, Carlo encarna la “normalidad” que tanto fascina a su generación: amaba los videojuegos, el fútbol y la Nutella. Pero en esa cotidianidad, integró una relación con Dios de una madurez asombrosa.

Su madre, Antonia Salzano, ha repetido en varias entrevistas que la clave de Carlo era su coherencia: “No se guardaba nada para sí mismo. Todo lo que tenía, desde sus pequeños ahorros hasta sus conocimientos informáticos, lo ponía al servicio de los demás”. Esta generosidad encontró su máxima expresión en la red. Mucho antes de que la Iglesia hablara oficialmente de un “apostolado digital”, Carlo ya lo estaba ejerciendo. Su proyecto más famoso, una exposición virtual sobre los milagros eucarísticos, ha alcanzado a millones de personas en todo el mundo, demostrando que los algoritmos también pueden ser caminos hacia Dios.

Tumba de Carlos Acutis en Asís. Foto: Ellywa

El Papa Francisco parece referirse a jóvenes como él en su exhortación Christus Vivit: “El entorno digital […] puede ser un espacio de soledad, manipulación, explotación y violencia […], pero no olviden que hay jóvenes que también en estas áreas son creativos y a veces geniales” (n. 88). Acutis fue uno de esos genios. Él no usó internet para escapar del mundo, sino como un púlpito moderno desde el cual proclamar su fe en la Presencia Real, haciendo de la Eucaristía, su famosa “autopista al cielo”, un destino accesible con un solo clic.

La elección de estos dos modelos no es casual. Responde a una crisis bien documentada. Datos recientes del Boston Consulting Group (2023) y otros estudios sociológicos confirman la tendencia global, especialmente en Occidente y América Latina, del aumento de los jóvenes sin afiliación religiosa. Sin embargo, este distanciamiento de la institución no siempre significa una ausencia de espiritualidad. La llamada ‘Generación Z’ valora, por encima de todo, la autenticidad, la coherencia y el compromiso con causas concretas como la justicia social y medioambiental.

Aquí es donde Frassati y Acutis se vuelven radicalmente relevantes. No son santos de vitral, de perfección inalcanzable. Son “santos de jeans y tenis”, como se ha descrito a Acutis. Su atractivo reside en que no predicaron un evangelio desencarnado. Lo vivieron. Frassati en las calles, entre los pobres. Acutis en su habitación, frente a un ordenador. Ambos demuestran que la santidad no es una huida del mundo, sino una inmersión más profunda en él.

Ambos son modelos de una resistencia espiritual: Frassati contra la apatía social y la indiferencia; Acutis contra el vacío existencial y el cinismo digital. Su mensaje combinado es un llamado a santificar lo ordinario, a descubrir que la aventura más grande no consiste en hazañas extraordinarias, sino en amar al prójimo con una coherencia radical, ya sea en la cima de una montaña, en un barrio marginal o en la infinita extensión de la red. Son los santos que nos enseñan a construir puentes entre el Cielo y el asfalto, entre lo divino y lo humano.

Santiago Quiñónez, periodista y comunicador IMC Colombia.