
La vida religiosa – como lo afirma la Iglesia – es signo profético arraigado en el bautismoy expresado en los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Es un camino concreto de seguimiento a Cristo que une al consagrado con Dios y, al mismo tiempo, lo envía al mundo en misión.
Por Anthony Kimanzi *
Con estas palabras, el Padre Pietro Trabucco, IMC, abrió su reflexión ante el grupo de misioneros jubilares de la Consolata reunidos en Roma para el curso de formación permanente que se celebra del 1 al 27 de septiembre de 2025.
Con profundo conocimiento de la vida del Fundador y de la misión del Instituto – en el que ha servido en distintas responsabilidades, incluyendo la de Superior General -, el Padre Trabucco, hoy residente en la Casa Natal de San José Allamano en Castelnuovo Don Bosco (Italia), centró su reflexión en la Vida Consagrada con un enfoque especial para los Misioneros de la Consolata. Fue una invitación a mirar hacia San José Allamano, la Virgen Consolata y el carisma de nuestra Congregación, fuentes de inspiración para comprender y vivir nuestra vocación consagrada.

En este momento histórico surgen con urgencia dos preguntas: ¿Cuáles son las perspectivas de la vida consagrada en los próximos años? ¿Qué instrumentos podemos utilizar para discernir su futuro en fidelidad a Dios, a la Iglesia y a nuestro Instituto?
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El Padre Trabucco animó a leer la historia del Instituto en clave de bendición y gracia, subrayando que nuestra presencia en el mundo, desde los tiempos de los Fundadores, es un signo de esperanza y, a la vez, un criterio de discernimiento. En este sentido, su presentación se estructuró en seis puntos esenciales:
1. Primacía de Dios. La imagen evangélica de la casa edificada sobre roca (Mt 7,24-27) nos ofrece la base segura: solo lo cimentado en Cristo permanece. Por eso, lo primero e indispensable es la primacía de Dios, vivida en la Eucaristía, la Palabra leída y meditada, la oración y la contemplación. San Allamano insistía con fuerza: “primero santos, luego misioneros”.

2. La misión en el corazón de la vocación. La misión es el centro de nuestra identidad y se expresa en el “ad gentes” (disponibilidad para ir (salir) a los no evangelizados), ad extra (capacidad de dejar la tierra propia y abrazar nuevas culturas) y ad vitam (consagración para toda la vida). Para vivir este mandato se requiere el “fuego”: un celo misionero siempre renovado por la formación personal y comunitaria. La tibieza es el mayor peligro para la vida consagrada.
3. Discipulado de Cristo. La vida consagrada es inseparable del seguimiento de Jesús: estar con Él antes de ser enviados, imitar su compasión por los pobres y dar testimonio del Evangelio en las periferias culturales y existenciales de nuestro tiempo.
4. Formación intelectual. El estudio y la reflexión son indispensables para la credibilidad misionera. Como enseñaba Allamano “un misionero sin conocimiento es una lámpara apagada”. La formación permanente alimenta la santidad y la fecundidad apostólica. Leer, estudiar y reflexionar deben convertirse en estilo de vida, actitud fundamental y herramienta cotidiana.
5. Comunidad e interculturalidad. El futuro de la vida consagrada depende de comunidades auténticas que construyan comunión, respeten la diversidad y viven la fraternidad intercultural. En el mundo globalizado de hoy, nuestras comunidades deben parecerse a un Pentecostés – muchas lenguas y culturas, pero una sola familia -, y no a un simple crisol que uniforma.

6. Afectividad, solidaridad y sencillez. Nuestra vida consagrada requiere madurez afectiva, solidaridad con los pobres y sencillez al estilo de Nazaret. El testimonio auténtico nace de relaciones de amor, de la libertad frente al consumismo y de la cercanía con los más pequeños. La vida oculta de Jesús, María y José en Nazaret debe ser nuestra escuela y fuente de inspiración cotidiana.
7. Una llamada a la esperanza. Mirando hacia adelante, las perspectivas de la vida consagrada – y particularmente de nuestro Instituto— son de esperanza, si permanecemos fieles a Dios, cultivamos el fuego misionero, profundizamos en la formación y vivimos la comunión en la diversidad.

Para los misioneros jubilares, este aniversario no es solo una celebración del tiempo recorrido, sino una nueva llamada a entregarse con gozo a Dios, a la Iglesia y al Instituto. San Allamano nos exalta diciendo “la vocación misionera es la mejor de todas”. Entonces, que vuestra fidelidad sea testimonio de alegría y valentía para las generaciones futuras.
En este curso participan quince misioneros (14 sacerdotes y 1 hermano) provenientes de África, América Latina y Europa. El evento es promovido por la Oficina General de Formación y coordinado por el Padre Mathews Odhiambo Owuor, Consejero General, junto con los Padres Antonio Rovelli y Ernesto Viscardi.
* Padre Anthony Kimanzi, IMC, misionero en Kenia.


