Misioneros de la Consolata en Las Sierras de Roraima: la lucha continúa

Fotos: Rodrigo Alonso

Los misioneros de la Consolata tienen, en las comunidades indígenas de Maturuca, un liderazgo histórico que fue definitivo y ahora está en riesgo. Esta pequeña población es uno de los centros del territorio indígenas del norte de Roraima, el más septentrional de los estados de Brasil.

Por Rodrigo Alonso Daza Jiménez *

Desde afuera, la debilidad institucional de las comunidades indígenas es algo “evidente”, pero, en el territorio, el asunto es otra cosa. Se tiene la propiedad legal de la tierra, un sistema de administración sencillo y que funciona, como expresión natural de un pueblo que trabaja de forma comunitaria y tiene la riqueza de un inmenso y hermoso territorio. Tiene la debilidad de la dependencia del estado y de organizaciones internacionales en muchos de sus proyectos, pero eso es común a todas las áreas rurales latinoamericanas. A diferencia de otras muchas, las comunidades indígenas brasileñas tienen en Jair Bolsonaro y su movimiento un claro enemigo político.

El presidente brasileño aseguró que “cada vez más el indio es un ser humano como nosotros”; la BBC resumió sus oposiciones en que se niega a demarcar nuevas tierras indígenas, promueve la extracción de minerales y la expansión de agronegocios en esas tierras, habla de “integrar” sus pueblos a la sociedad brasileña, contrario a lo que dice la constitución, y ha nombrado a la cabeza de organismos que les sirven gente contraria a sus intereses o con poca experiencia.

Se trata de un esquema que pretende esconder las responsabilidades ambientales y negar las consecuencias brutales del deterioro en la relación con la naturaleza. Igual que en Estados Unidos con Donald Trump, se usa un lenguaje agresivo, descarado, para presentar las agresiones más duras a minorías en dificultades como necesarias y hasta “cristianas”. El pueblo macuxí es parte de la familia Caribe; su nombre se pronuncia en portugués como el makushí español. Así se les llama en Venezuela, donde son pocos. En Guyana son más importantes, llegaron a tener un vicepresidente. En Roraima es la etnia indígena más numerosa; procura mantener la unidad como algo fundamental para resistir embates de poderes de afuera que intentan borrarlos del mapa desde hace más de 500 años. La decisión histórica de los indígenas “ou vai ou racha” (“o nadamos o nos hundimos”), acompañada por los misioneros, declaró, en 1977, que no se podía beber licor en los territorios sin permiso de la comunidad. Las consecuencias fueron dramáticas: se rompió la cadena que permitía a los hacendados pagar el trabajo de los indígenas con licor y así mantenerlos esclavizados. 16 líderes asumieron con fuerza la defensa de sus tierras y la mayoría fueron asesinados, pero iniciaron una unidad y una lucha que no termina y se transmite en todas las escuelas de su territorio.

Niños de Cataparú sostienen velas en la celebración de la Pascua en su comunidad.
Regiones de la Tierra Indígena RSS

Hoy son 4 regiones, Serras, Surumú, Baixo Cotingo y Raposa, las que conforman el territorio macuxí Raposa Serra do Sol. Son 1’700 mil hectáreas ganadas a los hacendados a pulso, frente a un poder federal que favorecía la expropiación y colonización de sus tierras. La region de Las Sierras tiene 77 comunidades que se agrupan en 9 centros; Maturuca es su centro regional. Sus habitantes vigilan y sostienen la vigilancia en las entradas; hasta tuvieron un enfrentamiento muy serio con la policía en Tabatinga, en noviembre 16 de 2021. Los uniformados entraron con bala y el pueblo respondió con piedras y flechas. 10 indigenas resultaron heridos de gravedad, como reportó la ADUA.

Llegamos al territorio como una experiencia evangelizadora, una laica misionera de la Consolata y un laico de la Pastoral Afro, ambos de Cali, Colombia, gracias a la invitación del encargado del Área Misionera, el p. James Murimi Njimia imc.

Algo que salta a la vista son las niñas y los niños. Son muchos y su mirada seria y curiosa es una imagen que quien les hace una visita breve seguro encontrará. Su sonrisa, su juego colectivo y sus preguntas cautelosas son motivo de alegría para propios y extraños. Las mujeres indígenas, acostumbradas a una vida difícil y de lucha constante, construyen dignidad desde su rol tradicional. Su belleza está lejos de la superficialidad de las ciudades; lo suyo es la historia, una construcción que lleva mucho tiempo y que, desde los bríos de la juventud, lucha desde la tierra, la cultura y la relación con su riqueza natural. Mujeres mayores cuidan con cariño que las tradiciones sigan vivas en canto, danza y oración. Los más pequeños saben que “un pueblo unido jamás será vencido” y que “la lucha continua”.

Unidad, hospitalidad y espiritualidad se expresan en la maloka, el malocão; ahí las peticiones se le hacen a Dios entre todos, en rondas, danzas y giros alrededor del eje principal de esa edificación circular. Es más grande y más alta si sirve a un centro regional.

Ver también:

Patias, Jaime C. (2018).A resistência indígena na Raposa Serra do Sol.

Palomeque, Jennifer K. (2022).Cumpliendo el sueño de la misión ad gentes.

Las comunidades se acuestan temprano y se levantan aún más temprano a trabajar lo que se necesite para su huerta (roça) o su ganado. Pero siempre hay ojos en algún lado. La actitud vigilante es una necesidad desde cuando solo a las otras culturas indígenas había que mirar con cautela. Las noticias no tienen energía eléctrica, pero viajan de boca en boca más rápido de lo que se ve con los ojos. La balsa de los garimpeiros, los vehículos del gobierno y otros visitantes se miran desde lejos. Minerales como el oro y el petróleo y hasta las tierras mejor ubicadas junto a los ríos pueden empezar a robarse de forma ladina, si la gente no está alerta. También está una especie de espanto-persona que comete delitos y hace maldades dentro de su propia cultura.

Cuatro jóvenes de Manaparú le muestran sonrientes sus apuntes sobre la lengua macuxí al Padre James Murimi.

Se requieren largos viajes, de horas, en camionetas que aguanten las carreteras escabrosas y el territorio lleno de igarapés, los pequeños cursos de agua que aparecen como zanjas profundas, son difíciles de remontar en tiempo seco. Hay puentecillos de madera, pero no son suficientes. En invierno, puede hacer imposible el tránsito; una carretera en ladera puede volverse colada y también impedir el paso. Los caminos se curvan, se dividen una y otra vez; pueden verse como cualquier varación del terreno y, si no se les no se conoce, uno puede resultar a kilómetros de donde quería llegar. El espacio es limitado, siempre hay alguien que necesita y viaja en volco de camioneta. Debe llevar protección para el polvo (que abunda) y, si es temporada, para la lluvia.

Lo natural son grandes extensiones de pasto con árboles pequeños en las tierras bajas, y selvas repletas de piedras gigantes en las sierras. Solo en las tierras más altas se ve el pasto tranquilo, más parecido a las montañas de Colombia, solo que como mucho más espacio entre cada elevación. La tierra tiene pasto, pero no es tupido, como una capa frágil que en realidad lleva ahí siglos.

También la población es más dispersa: lo normal es que Las comunidades sean pequeñas y queden a horas en carro las unas de las otras. Llegan a 200 o 300 habitantes, con cada casa rodeada de un espacio amplio y reunida solo en grupos pequeños.

Pero lo que más llama la atención es la humildad y la sencillez de su gente. Recibe con canto y danza a los misioneros, con vestidos, instrumentos y comidas típicas. Las autoridades saludan una por una a quienes reconocen como amigos y aliados. Cada persona que habla con quien recién llega explica la historia de la comunidad y cosas sencillas de su idioma. El portugués reina en las conversaciones de niños y jóvenes, pero en los mayores de 30 el macuxí vive y resiste. Misioneros y autoridades decidieron hacer un esfuerzo constante, en comunidad, para aprender y conversar en la lengua propia, al menos una vez por semana, con profesores surgidos de entre los adultos mismos y en clases donde se asegure la presencia de niños y jóvenes. Alguien menor que hable macuxí con naturalidad es un tesoro escaso en las comunidades, casi siempre fruto del esmero de alguna abuela.

Una mujer indígena macuxí muestra orgullosa su hijo en Manaparú, mientras una niña con otro bebé la observa.

La región de Las Sierras es el centro desde el que se tomaron las decisiones y tiene la ventaja de su centralidad; su tradición de mantener la poblaciones pequeñas hace que la vida sea apacible. Las que crecen mucho ven que los tuxauas, los dirigentes comunitarios, ya no pueden controlar a la población y la gente empieza a adquirir los vicios típicos de las poblaciones urbanas. Empiezan las divisiones por religión y la espiritualidad deja de servir a la unidad. La tentación de la embriaguez por alcohol se vuelve más fuerte. En otras palabras, dejan, poco a poco, su identidad indígena.

Lo bueno es que los pueblos indígenas, igual que los demás pueblos brasileños, todavía tienen tiempo. Las elecciones son en octubre y la juventud puede despertar, como ya sucedió en otros países vecinos. Tiene misioneros, catequistas, coordinadores, tuxauas, entre hombres y mujeres, pendientes de las ganancias de luchas pasadas no se pierdan. Es imprescindible, para una lucha exitosa, promover espacios de comunicación entre los pueblos indígenas y la mayoría de los habitantes de las áreas urbanas. Es importante, también, que el testimonio de quienes llegamos de lejos genere nuevas solidaridades y favorezca asociaciones más grandes que venzan la maldad a punta de bien (Rm 12, 17-21). La presencia misionera de los laicos, al comienzo breve y con pocas posibilidades, es un paso acertado hacia una realidad más cercana a la vida familiar y a las realidades sociales (Praedicate evangelium, 10).

* Rodrigo Alonso Daza Jiménez, Comunicación de la Pastoral Afro Cali.