
Nuevamente, después de vivir un tiempo, un mes exactamente, con María Consolata, la llena de gracia, consolada, nuestra madre consoladora, de la cual celebramos su fiesta, el 20 de junio, como hijos predilectos que nos sentimos, venimos con nuestro InfoMisión No. 50 a compartirles los principales acontecimientos de este mes, relacionados con la Familia Misionera de la Consolata, sus amigos y conocidos.
Como podrán constatar leyendo los titulares, viendo las fotografías, mirando videos, escuchando podcast o visitando diversas redes sociales, La Consolata copó el escenario de la geografía misionera. Nos hemos sentimos consolados como el indígena, San Juan Diego, en el Tepeyac mexicano, mientras honrábamos la madre de Jesús, la Consolación de Dios encarnada.
Ella nos Salió al camino, en estos tiempos de pandemia y de inconformidad, de protesta y resistencia, igual que a su interlocutor en el 1531, tal como nos lo narra el Nican Mopohua, en Náhuatl, en la tercera aparición de la Virgen de Guadalupe, madre y “pedagoga de la evangelización inculturada” en esta Amerindia Afro Latina.
Ambos se habían levantado temprano… Ella salió al encuentro de Juan Diego, de lado del monte, le cerró el paso y le preguntó: ¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas a ver?
Percibió su afán y le escuchó su narración angustiada a causa de la grave enfermedad de su tío Juan Bernardino: “Mi Virgencita, Hija mía la más amada, mi Reina, ojalá estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Estás bien de salud?… Por favor, toma en cuenta, Virgencita mía, que está gravísimo un criadito tuyo, tío mío… Tan pronto como hubo escuchado, tuvo la gentileza de consolarlo, respondiéndole:
Por favor, presta atención a esto; ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: no es nada lo que te espantó, te afligió; que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor, no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna? Por favor, que ya ninguna otra cosa te angustie, te perturbe; ojalá que no te angustie la enfermedad de tu honorable tío; de ninguna manera morirá ahora por ella. Te doy la plena seguridad de que ya sanó. (Y luego, exactamente entonces, sanó su honorable tío, como después se supo)”
¡Qué edificante intercambio de consolación! ¡Qué bueno compartir nuestra experiencia con Ustedes, amigos de la misión, visitadores de este Portal!