
El misionero de la Consolata, padre Matthieu Kasinzi Mbuta, de 57 años, habla de la situación de guerra en la República Democrática del Congo, destacando la indiferencia de la comunidad internacional y el firme llamamiento de la Iglesia en favor de la paz.
Por Jaime C. Patias *
El 27 de enero de 2025, el ejército rebelde M23 atacó Goma, ciudad de 2 millones de habitantes, base central de las Naciones Unidas en el Congo (MONUSCO) y capital de una de las regiones más ricas en minerales del mundo. Los insurgentes tomaron el control de Goma y luego avanzaron hacia Bukavu, la segunda ciudad más grande del este. Ocuparon también los centros mineros de Rubaya y Nyabybwe, donde se extraen coltán y casiterita. Sólo este último conflicto dejó más de 7.000 muertos y más de 300.000 desplazados.
«Esta guerra no ha empezado hoy», recuerda el padre Kasinzi, nacido en Kimpanda (Bandundu) y hoy misionero en Kinshasa (Tsangu). Las guerras que asolan la RD del Congo desde los años 90 siempre han tenido dos denominadores comunes: la posesión de recursos y la cuestión de la identidad. También quieren el poder. A lo largo de estos años, se calcula que han muerto 6 millones de personas y más de 7.8 millones han sido refugiados o desplazados. Se han denunciado más de diez mil casos de niños, niñas y mujeres víctimas de violencia sexual”.
Una guerra por el control de los minerales
“Esta guerra empezó por las riquezas del país: rico en gente y en minerales (oro, diamante, uranio, coltán, cobalto…). Y estas riquezas provocan codicia e intereses de muchos. Por eso esta guerra dura tanto, los intereses son muchos”, afirma el padre Kasinzi.

El misionero, que durante su formación hizo el noviciado en Mozambique, estudió teología en Kinshasa y, tras su ordenación, trabajó en las misiones en Etiopía y Yibuti, compara la situación del Congo con la historia de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). “El Congo es el hombre que ha caído en manos de bandidos, enemigos, multinacionales, explotadores… que hacen todo esto ante los ojos de la comunidad internacional. Y todos, como en la parábola, ven al Congo caído, como muerto, y pasan al otro lado, junto al cuerpo inerte, sin encontrar una solución. El Congo parece abandonado a sí mismo, y esto es muy preocupante. Hay tanta indiferencia en la comunidad internacional, aunque el Papa Francisco y la Iglesia del Congo han hecho un llamamiento para detener esta guerra’.

La visita del Papa Francisco al Congo, en febrero de 2023, fue muy importante, porque viendo la realidad dijo «manos fuera del Congo», recuerda el padre Kasinzi. “Fue un llamamiento fuerte que nosotros congoleños y muchas otras personas apreciamos. La Iglesia católica, representada por la Conferencia Episcopal, sensibilizó al mundo entero sobre la situación y pidió ayuda para encontrar una solución y alcanzar la paz.”
Al padre Kasinzi le conmueve esta iniciativa porque demuestra la cercanía de la Iglesia “a la gente, en las aldeas, y está ahí para llamar, interpelar y desafiar”. La Iglesia protestante también ha aceptado compartir estas iniciativas en favor del diálogo. No queremos la guerra. La guerra destruye, mata y no trae la paz. Hay diferencias, pero debemos saber ponernos de acuerdo, trabajar juntos, vivir juntos y encontrar la paz”.

Los Misioneros de la Consolata
Presentes en el Congo desde 1972, los misioneros de la Consolata trabajan actualmente en la zona de Isiro, en el norte, pero también en Kinshasa. “En estos momentos de sufrimiento estamos con la gente. Trabajamos en la periferia de Kinshasa, en la parroquia de Saint Hilaire, un barrio con mucha gente, y animamos a confiar siempre en Dios, especialmente en este Año Jubilar de la Esperanza, todos somos peregrinos y, como peregrinos, debemos caminar hacia la paz. Los misioneros de la Consolata seguimos a nuestra gente animándolos a cultivar el espíritu de no rendirse, de confiar siempre en Dios. Creo que un día saldrá el sol de la justicia y la paz no fallará”.
Mientras los llamamientos a la paz y las peticiones de tregua parecen lejanos, el temor es que la guerra congoleña se convierta en una “guerra mundial africana”, empeorando la ya dramática situación humanitaria.
* Padre Jaime C. Patias, IMC, Oficina general de Comunicación.