Testimonios sobre el padre Renzo Marcolongo

La misa de funeral del Padre Renzo Marcolongo el 30 de mayo en la parroquia del SS. Crocifisso de via Bravetta, Roma. Fotos: Fortunato Mkwama

El 27 de mayo de 2025, el misionero de la Consolata, padre Renzo Marcolongo, regresó a la casa del Padre. Tenía 74 años, 52 de los cuales dedicó a la vida religiosa y 47 al sacerdocio.

Por Michelangelo Piovano e Ernesto Viscardi *

La misa de funeral, presidida por el Vice Superior General, padre Michelangelo Piovano, se celebró el 30 de mayo en la iglesia parroquial del SS. Crocifisso de via Bravetta, junto al Seminario Teológico Internacional IMC de Roma, donde el padre Renzo trabajaba en el equipo formativo.

La ceremonia fue un momento de intensa gratitud a Dios por el don de la vida y la misión del padre Renzo, misionero, formador y psicólogo. Sus cenizas serán depositadas en el cementerio de Venaria Reale (TO), en la tumba de sus padres. Entre los diversos mensajes de condolencia, publicamos la homilía pronunciada por el padre Michelangelo Piovano y el testimonio de uno de sus compañeros de seminario y misión, el padre Ernesto Viscardi.

Homilía para la misa fúnebre del padre Renzo Marcolongo

«Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos, y así entrar en su gloria» (Lc 24,46.26).

La Palabra del Canto del Evangelio nos proyecta, en este tiempo pascual, al misterio de la Pascua de Cristo, en la que también estamos llamados a comprender y aceptar, desde la misma fe, la Pascua del padre Renzo Marcolongo, por quien hoy rezamos, saludamos y damos gracias por el don de su vida.

La vida de todo cristiano, como de todo sacerdote, religioso y misionero, tiene sentido y se realiza plenamente en el misterio de la Pascua, que es también el misterio y el tiempo de nuestra vida. Así fue la vida del padre Renzo: entretejida con este misterio. Lo fue desde su bautismo, la educación cristiana recibida de sus padres y de la comunidad parroquial hasta toda la formación recibida y vivida en su consagración en la vida religiosa, sacerdotal y misionera.

Contemplamos hoy la vida misionera del padre Renzo a la luz del primer gran apóstol y misionero, san Pablo, que en Corinto, con valentía y en medio de consolaciones y persecuciones, se dedica al anuncio del Evangelio, primero entre los judíos y luego entre los paganos. No lo hace solo, sino con otros compañeros de misión y colaboradores, dando vida a nuevas comunidades cristianas y formando cristianos convencidos de la fe que profesan.

Hay unas bonitas imágenes procedentes de Colombia, donde el padre Renzo trabajó durante muchos años, en las que lo vemos celebrando el Domingo de Ramos, delante de una larga procesión de fieles, como celebrante, como buen Pastor, como aquel que representa a Jesús que va hacia su Pasión.

Una vida dedicada a los demás, a la misión, a los pobres en particular. Una vida dedicada a la formación y al cuidado de las personas, poniéndose a disposición con los dones y la preparación que tenía.

Muchos misioneros en estos días han dado las gracias y han rezado por el padre Renzo como su formador. Nuestra familia misionera le da las gracias porque ha sido un misionero plenamente identificado con nuestro Instituto y nuestro carisma. Lo hizo con compromiso, dedicación y competencia en todos los servicios que desempeñó y que le pidieron, lo hizo viviendo el espíritu de comunión, ayudando a los misioneros a crecer en este espíritu, animando, orientando y, sobre todo, siendo él mismo un hombre de comunión, de relaciones verdaderas y maduras.

«No temas, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te hará daño». Son las palabras que el Señor dirige a Pablo, y cuántas veces las habrá escuchado susurrar en su corazón el Padre Renzo, ya fuera por el Señor o por alguien cercano a él que le quería.

Del Evangelio tomamos también las palabras de consuelo para nosotros, para sus hermanos y familiares y para todos los amigos del padre Renzo. «Así también, ustedes se afligen ahora; pero yo volveré a verlos, y entonces su corazón se llenará de alegría, una alegría que nadie les podrá quitar» (Jn 16,22).

Es a la luz de la Pascua que comprendemos estas palabras de Jesús en su discurso de despedida a sus discípulos. Sentámoslas dichas por Jesús y por el padre Renzo, que ya vive en la plenitud de esta alegría y de la Pascua eterna. Sentámoslas como viático para nuestra peregrinación terrenal, aún llena de tristeza, dolor y llanto, pero también de alegría y consuelo cada vez que dejamos que el Señor convierta nuestra vida para ponerla al servicio de los demás, para consolar y secar lágrimas. Así lo hizo el padre Renzo y así queremos seguir haciéndolo nosotros, impulsados también por su ejemplo.

Padre Renzo, rezamos por ti y te contemplamos en la alegría de la comunión de los santos, en particular de la Consolata y de Allamano. Reza también por todos nosotros, por tus familiares y amigos y por nuestro Instituto.

* Padre Michelangelo Piovano, IMC, Vice Superior General.

Padre Renzo Marcolongo en Florencia nel Caquetá, Colombia. 31 de agosto de 2021. Foto: Jaime C. Patias
Gracias, Renzo, y hasta pronto

Querido Renzo, es duro, es difícil decirte adiós y hacerlo de esta manera tan rápida e inesperada. Hace tan solo un par de semanas, estábamos sentados en mi oficina, bromeando, recordando o, como solíamos decirnos de vez en cuando, «arreglando el Instituto».

Como buenos ancianos que de vez en cuando se atreven a mirar atrás sin avergonzarse, muchas veces hemos recordado años pasados, aventuras y pasiones juveniles, años de formación, recuerdos de lugares y acontecimientos de la misión, de personas y compañeros de camino a los que todavía estamos unidos. Incluso creamos un grupo de WhatsApp llamado precisamente «professi 72» para seguir en contacto a lo largo del tiempo.

En los años de nuestra juventud con el padre Antonio Bonanomi, disfrutamos de los momentos de la gran revolución de la formación, él nos había hecho saborear la curiosidad por el estudio y el gusto por la cultura. Éramos muchos en ese noviciado 71-72 con el padre Gobatti, luego nos dispersamos en grupos entre Turín, Roma y Londres, sin perder el contacto entre nosotros.

Londres fue para algunos de nosotros la primera aventura seria en el extranjero, en ese famoso Instituto Misionero, una verdadera fábrica de misioneros, del que tú serías luego administrador. En Londres fue el diaconado y ya en aquel entonces estuviste hospitalizado por una hemorragia estomacal; cuál sería la sorpresa y el dolor de tu madre y tu padre, que llegaron allá sin saberlo.

El 1978 fue el año de la ordenación y, finalmente, partimos juntos hacia la aventura zaireña, con la mochila a la espalda y las ganas de cambiar el mundo, de convertir África, de crear una revolución social.

Qué pasión, sí, porque entonces se partía así, con pocas maletas y un contenedor de entusiasmo: tú a Wamba y yo a Doruma, a donde luego nos alcanzó Giacomino Mazzotti. A este punto nuestros caminos se separaron, tú, con tu título de psicólogo en el bolsillo,  pasate más de una vez entre Roma, Londres y Colombia; en cambio yo primero en Italia y después  aterricé en Mongolia.

Así ha sido tu vida, que luego, como psicólogo, se ha centrado en muchos sufrimientos que los medicamentos no curan, pero que unas sabias palabras y una cálida cercanía reabren a la esperanza y a la vida.

Qué aventura la misión, cuántas sorpresas, cuánta energía gastada por el evangelio y el reino de Dios. En nuestros encuentros nos lo contamos todo. Tú con tu enfoque pragmático, con los pies en la tierra, de gran humanidad, y yo un poco soñador y visionario. Con el resto de nuestros amigos de aventura, mirando un poco a nuestro alrededor, me dan ganas de decir que sí, que somos un grupo de misioneros de otros tiempos y estamos orgullosos de serlo, crecimos en la época en la que la misión te atrapa desde los pies hasta la cabeza, involucrándote en cuerpo y alma.

Como tus amigos, nos sigue resultando difícil decirte adiós, Renzo. Ciertamente, en la fe no podemos decirte otra cosa que un hasta luego en ese encuentro con el Señor que ha sido y es la razón y el contenido de nuestra aventura misionera.

Ahora que estás con papá Felice y mamá Pina, que tantas veces nos acogieron en tu casa, tienes el deber de cuidar de tus hermanos, de tus parientes cercanos, incluso de los del Véneto. Además tendrás una innumerable multitud de amigos y conocidos, encontrados a lo largo de los años de misión en los distintos continentes que has pisado; por lo tanto, ya tienes suficiente trabajo. De todos serás protector y guardián.

A nosotros, tus amigos y compañeros de tantos años, nos basta con recordarte tal y como has sido en estos 74 años de existencia, contentos de haber caminado contigo por este mundo. No te olvides de tu familia misionera, de tu Instituto que te crió, educó y te convirtió en Misionero de la Consolata. Has sido formador, así que recuerda especialmente las muchas casas de formación. Muchos han venido hoy a esta iglesia a despedirse de ti, pero recibe un abrazo muy especial y una cálida oración sobre todo de nosotros, tus amigos y compañeros, que muchos hubiéramos querido estar aquí a tu lado en este día. Una vez más, gracias, Renzo, y hasta pronto.

* Padre Ernesto Viscardi, IMC, y amigos profesos de 1972. Roma, 30 de mayo de 2025.

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