Amazonía, lugar teológico misionero (Parte II)

La historia es dinámica porque la hacemos los seres humanos que somos, además de caminantes hacedores de caminos, recreadores de espacios geográficos y económicos, tejedores de culturas, configuradores de rostros sociales y de comunidades de fe o iglesias al servicio de ese Reino de Dios, anunciado e iniciado por el Señor Jesús, con la luz y la fuerza del Paráclito.

Por Salvador Medina*

Génesis de una Iglesia con rostro amazónico

Remitiendo a la Parte I de esta reflexión sobre la “Amazonía, lugar teológico” retomamos el tema: de pronto, en esa oscura atmósfera pandémica diseminada por el mundo entero, a causa de ese pequeñísimo, inoportuno y misterioso virus que la Organización Mundial de la Salud – OMS llamó COVID 19, nace una nueva estructura en la Iglesia latinoamericana y caribeña (26 al 29 de junio de 2020). Los obispos, ratificados por el Papa, le dieron el nombre de Conferencia eclesial de la Amazonía, con la pretensión de volverla viral, articulando y promoviendo la sinodalidad entre las iglesias particulares o locales de todo el territorio amazónico y de acompañar la gestación de iglesias con rostro amazónico. Tal como lo había soñado y expresado el Papa Francisco en la exhortación postsinodal Querida Amazonía (QA 4), recogiendo el camino vislumbrado desde el encuentro de la Comisión de Misiones del CELAM, en Iquitos – Perú. En comunión con la Iglesia de Jesucristo que es una, santa, católica y apostólica.  

Un territorio en construcción

“Dentro del proceso histórico y social del Caquetá, la iglesia católica ha sido una de las principales protagonistas. Los misioneros franciscanos irrumpieron dos siglos atrás en las selvas vírgenes de este territorio, recibieron en 1759 de la Real Cédula Española el apoyo para orientar desde Quito las misiones Adakí, que permanecieron en el Caquetá hasta el año 1800”. Para describir este breve panorama histórico me apoyo en Salomón Trujillo Tovar, Monseñor Ángel Cuniberti. El hombre que impresionaba a todos, Copigráficas, Florencia – Caquetá, 2020.

En 1844 aparece la comunidad capuchina designada para guiar la misión evangelizadora en los territorios de Putumayo – Caquetá, un año antes que se emitiera la Ley 2 de mayo de 1845, mediante la cual se creó y organizó el territorio del Caquetá y se autorizó al gobierno conceder tierras baldías hasta 150 fanegadas, a las familias que quisieran poblar esta región. Pero, solo a finales del siglo XIX se vino a acelerar el poblamiento de este territorio, al confluir varios factores: uno, la migración que suscitó la extracción del caucho y de la quina; dos, la presencia de los misioneros capuchinos a los cuales el Obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, facilitó, a partir de 1896 hacer la primera excursión apostólica a territorio caqueteño “en busca de articular los medios pertinentes al proyecto cristianizador y civilizador”; tres, los desplazamientos causados por la “guerra de los mil días” (1899 – 1902), vivida al interior de Colombia.

Un territorio apacible, cubierto de selva tropical e interconectado por grandes y pequeños ríos que siempre los unieron más que separarlos, poco a poco se ve invadido de extraños extractores de caucho, muchos de ellos victimas también de la “fiebre de quina”, que avanzan desde el Brasil y el Perú. Semejante invasión explotadora y esclavista, organizada especialmente por la llamada Casa Arana, la misma que originó La Vorágine, novela de José Eustasio Rivera (1924), fue presionando, diezmando y empujando los habitantes originarios, Uitotos o Murui, Coreguages, Inganos, Quichuas y otros más, selva adentro. Hoy los encontramos asentados a lo largo de los ríos Caquetá, Orteguaza, Caguán, Peneya, Putumayo o en las partes altas de la cordillera Oriental.

Visita de los misioneros a la comunidad indígena de Lagarto Cocha, perteneciente al pueblo Murui, cercana a Puerto Leguízamo.

El 25 de diciembre de 1902 Doroteo de Pupiales trazó las primeras calles de Florencia, hoy capital del Departamento del Caquetá. Ordenó construir una capilla como símbolo de la cristiandad y solicitó al prefecto de Mocoa establecer un orden político y administrativo para legitimar los actos religiosos y demás acciones realizadas como actividades propias de gobierno dentro de la competencia supletoria que el estado colombiano había otorgado a la misión. Así inició el Estado colombiano su presencia en el Caquetá, la misma que no ha logrado consolidar aún.

Ante los crecientes problemas fronterizos con el Perú y después de un acuerdo entre los gobiernos de los dos países, Colombia expidió la ley 24 de julio de 1910, creando la Comisaría Judicial Especial del Caquetá con jurisdicción en Caquetá y Putumayo. Dicha Comisaria viene ascendida a Intendencia Nacional por medio del decreto ejecutivo No. 263 de 1950 y, en 1982, es erigida como Departamento del Caquetá, siguiendo la Iglesia, como jurisdicción eclesiástica, presente en el Caquetá y parte del Putumayo.

Configuración de un rostro humano

Poco a poco se vino configurando, como consecuencia de la progresiva colonización, un cambio ambiental progresista y degradante al mismo tiempo, con un rostro humano caracterizado o típico de este extenso territorio: los habitantes originarios, denominados indígenas, los caucharos y extractores de otros productos vegetales, los misioneros/as y madereros, los campesinos perseguidos o desplazados por la guerra civil colombiana y otras violencias, del Huila, el Tolima, el viejo Caldas, Antioquia y otros lugares, convertidos en colonos.

Entre todos, mancomunadamente, fueron desmontando la selva, sembrando comida, abriendo potreros para ganado, caminos y carreteras, construyendo puentes, trazando pueblos, abriendo y administrando escuelas y hasta instituciones de educación superior, internados, dispensarios de salud, espacios deportivos y templos. Una obra gigantesca, integral, aunque insuficiente diríamos, que buscaba defender, promover y salvar la vida humana, muchas veces a costa de la madre naturaleza y su biodiversidad, suplir las limitaciones del estado y servir hasta de defensa de la soberanía nacional en las fronteras.

Creación de un territorio eclesiástico

En 1985 el Papa Juan Pablo II erigió la Diócesis de Florencia, de la cual Monseñor José Luis Serna Alzate, misioneros de la Consolata, fue su primer obispo y creo el Vicariato Apostólico de San Vicente del Caguán – Puerto Leguizamo, encomendado a otro misionero de la Consolata, Monseñor Luis Augusto Castro Quiroga. Mucho habría que decir de estas dos Iglesias Locales, pero no en este breve espacio.

El proceso organizativo eclesiástico continúa y el 21 de febrero del 2013, antes de su retiro, el Papa Benedicto XVI erige el Vicariato Apostólico de Puerto Leguizamo – Solano, bajo la responsabilidad de otro misionero de la Consolata, Monseñor Joaquín Humberto Pinzón Guiza, mientras el Vicariato de San Vicente del Caguán fue constituido Diócesis por el P. Francisco, el 30 de mayo de 2029, con su Vicario Apostólico, también misionero de la Consolata, Monseñor Francisco Javier Munera Correa, como primer obispo diocesano. Pocos meses después, el 13 de julio del mismo 2019, el Papa Francisco eleva a Arquidiócesis la Diócesis de Florencia y le nombra como arzobispo a Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo.  La nueva arquidiócesis viene constituida como sede de la Provincia eclesiástica de la Amazonía, compuesta por las diócesis de Florencia, San Vicente y Mocoa – Sibundoy y los Vicariatos Apostólicos de Leguizamo – Solano, Amazonas, Vaupés y Guainía, en frontera con el Brasil, Perú y Ecuador. 

* Padre Salvador Medina es misionero de la Consolata en Colombia