El Beato José Allamano, con corazón de Padre, fundó los dos Institutos Misioneros de la Consolata, les transmitió el tesoro del Carisma Misionero con el timbre Consolatino. Formó y acompañó sus hijos e hijas, infundiendo en ellos el fuego y la pasión misionera que lo animó a él hasta el fin. A través de las Conferencias y de sus Cartas bien se puede conocer el rostro y el corazón del Beato Fundador y Formador.
Por Gabriela Bono *
Padre de Familia
Sentadas alrededor del Fundador, un grupito de jóvenes misioneras, escuchan con atención, gratitud y alegría sus palabras. Sus ojos brillan, al mirar al Padre: así lo llaman, con profundo respeto y cariño, así lo sienten en su corazón: Padre que dio vida a una Familia de Misioneros y Misioneras, Padre que conoce personalmente y acompaña con gran amor el camino de cada uno de sus hijos e hijas, Padre que les pide quererse mucho, más que si fueran hermanas de sangre, tanto, hasta dar la vida la una por la otra. ¡El Instituto que El sueña debe ser una Familia y tales deben ser sus recíprocas relaciones!
Como Padre sabe bien que todas las energías de la persona se multiplican si hay un ideal potente para alcanzar. Por eso, sin medias tintas, propone metas que hacen arder el corazón. El deseaba intensamente ser misionero, sin embargo, debido a su débil salud, no pudo realizar su sueño y acogió, con fe y sin reservas, la Misión de dar vida y formar la Familia de la Consolata. Considera la vocación misionera como la más alta, porque es la vocación misma de Jesús, el Hijo Misionero del Padre, que escoge, ama y envía a quienes Él quiere para vivir su misma misión. ¿Podría haber un amor más grande? Es necesario entonces tener claro: ad quid venisti? ¿A qué vine a este Instituto? Sólo y exclusivamente para ser santo y santo misionero/a! ¡No puede haber otra finalidad!
De tal palo, tal astilla
Con su testimonio de vida y sus palabras, el Padre infunde en sus hijos e hijas un fuego, una pasión misionera que los hace vibrar. No los quiere a medias, la mediocridad no puede tener cabida en quien lo deja todo por amor. Solo por amor vive el día a día, dispuesto a entregarse, hasta dar la vida. Lejos de cualquier superficial ostentación o intimismo, pide radicalidad, audacia, compromiso y constancia en la entrega. Siembra en sus corazones, semillas que van enraizándose en una profunda fe y confianza en Dios. Esas semillas las denomina, espíritu de: fe, de confianza, de mansedumbre, de sacrificio y otros espíritus más. Nada de exterior sino acciones que brotan desde lo profundo del ser. Por eso mismo se hace perseverante, activo, humilde y creativo. Cada uno/una da fruto según los dones recibidos. Así entendemos por qué la pasión misionera se arraiga en el amor entrañable a Jesús, única fortaleza.
El Padre transmite su experiencia de amor por Jesús. No se cansa de estimular a vivir intensamente la Vocación Misionera: experimentar cada vez más profundamente la tierna, entrañable, personal y constante presencia de Jesús, el enviado por el Padre para que cada persona en el mundo conozca cuanto es amada. Esa es la verdadera Consolación. Se trata de vivir la misión hasta dar la vida, entregar la existencia, como pan partido en lo ordinario de cada día. Siempre en comunión, nunca en solitario. Siempre en unidad de mente y corazón, en comunidad. Todos animados por su Espíritu, totalmente y para siempre comprometidos con el sueño de Dios: que toda la humanidad conozca su Amor y se forme así una sola Familia.
Identidad transmitida y heredada
Como compendio de todo este amor recibido y donado, resulta una identidad, un estilo inconfundible, “consolatino”. Decían sus hijas: “si se abriera el corazón de Padre, encontraríamos en él un nombre, Consolata”. Ella es la Madre contemplada y amada, con la cual, desde el “Coretto”, en el presbiterio del Santuario, Allamano se entretenía en oración por largas horas. Allí nació Familia de la Consolata, “es Ella la Fundadora”, solía decir el Fundador, mientras la miraba y, como Padre, la proponía a sus hijos/as para que fueran sus rasgos los del misionero/a y para que en la misión sintieran la presencia maternal de la Consoladora de la humanidad.
Firme y decidido en los criterios y principios, siempre suave y humano en aplicarlos, consciente de la gran fragilidad humana, con su mirada atenta e intuitiva los acompañaba, sereno y confiado siempre en el Señor. Y cuando sus hijos/as partían para la Misión, su corazón de Padre gozaba y sufría, pues mucho le dolía la separación. Los acompañaba constantemente con su oración, se hacía presente y los seguía con sus cartas, animándolos siempre a “mantener alto el ánimo … a no perder el coraje, a mantener fija la mirada en el Señor”. No obstante las dificultades y las distancias, cuántas cartas el Padre envió para sostener, consolar, animar y también para corregir, cuando era necesario. En esas cartas se revela claramente su corazón de Padre: 397 veces se repite la palabra “animo” (coraggio), 330 veces la palabra “querido”: querida Consolata, queridos africanos, queridos misioneros, queridas misioneras, 470 veces “te bendigo”, etc.
“Mi corazón está con Ustedes”
A cada uno/a le pide de escribir y enviarle un diario en el cual narren, además de informaciones del lugar y del camino misionero, sus personales experiencias y estados de ánimo. Solía decirles, “más que un deber debería ser una necesidad del corazón el abrirse muchas veces a quien los ama como un Padre que siente la necesidad de compartir sus alegrías y penas, que desea enviarles los consejos que su personal experiencia y la gracia del oficio le sugieren”.
La Iglesia ha puesto su sello sobre el Carisma Misionero Consolatino que el Beato Allamano transmitió a su Familia, hoy enriquecida por Laicos/as que asumen su espíritu, con la beatificación de la Hna. Irene, reconociendo su “martirio de la caridad” y de la Hna. Leonella, con su “martirio de sangre”. En el corazón de sus hijos e hijas, resuenan siempre sus palabras: “El Señor podría haber elegido otro para fundar el Instituto, uno más capaz, con más cualidades, con más salud, pero uno que los quiera más que yo…. no creo!”. ¡GRACIAS, Padre!
* Hermana Gabriela Bono, misionera de la Consolata en la región América
Artículo publicado originalmente en la revista Dimensión Misionera (clic para ver)