Mons. Angelelli: pastor y mártir del Evangelio

En 2018, el Papa Francisco declaró el martirio de los cuatro testigos riojanos del Evangelio, Angelelli, Pedernera, Murias y Longueville. Rubricaron con sus vidas y su sangre, el Evangelio de Jesucristo. Mons. Enrique Angelelli fue obispo de La Rioja y fue declarado modelo bienaventurado de vida cristiana.

Por Marcelo Daniel Colombo *

Mons. Enrique Angelelli nació en Córdoba el 17 de julio de 1923, en el seno de una familia de modestos trabajadores italianos. Siendo niño experimentó el llamado al sacerdocio, que cultivó en el Seminario Nuestra Señora de Loreto.

SACERDOCIO

Promediando la formación sacerdotal fue enviado a Roma, donde concluyó la Teología y recibió la sagrada ordenación en 1949.  Más tarde, estudió derecho canónico, también en la Universidad Gregoriana de Roma, para volver en 1951 a su querida Córdoba para entregarse con entusiasmo al ejercicio del ministerio.

Como sacerdote del clero cordobés, se acercó al mundo de los más pobres en la zona de la Cañada como responsable de la Capilla Cristo Obrero. Desarrolló una destacada actuación como asesor de la JOC, animador de la pastoral universitaria, docente y educador en el Seminario, y colaborador en los servicios de la Curia.

EPISCOPADO

A fines de 1960 fue designado obispo auxiliar de Córdoba, colaborador del arzobispo, Mons. Castellanos. Recibió la ordenación episcopal en marzo de 1961 y rápidamente se destacó por su entusiasta adhesión a la realización del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, del que participó en tres de sus cuatro sesiones. Fue un interlocutor atento a los distintos sectores de la sociedad cordobesa y un pastor cercano a los sacerdotes, inclusive de los mayores, con quienes compartía las instalaciones y la vida en el Hogar Sacerdotal.

La aplicación del Concilio Vaticano II encontró mucha resistencia en distintos sectores de Iglesia. Córdoba no fue la excepción. Esto se tradujo en distintos episodios que pusieron de manifiesto el descontento de algunos sectores del clero cordobés a quien Mons. Angelelli recibió para escuchar y actuar, infructuosamente, como puente de diálogo con el arzobispo. A consecuencia de esas tensiones, se produjo la renuncia de Mons. Castellanos y su reemplazo por Mons. Primatesta. A partir de los cambios que se dieron en la dinámica eclesial cordobesa, Mons. Angelelli continuó una intensa labor pastoral, ahora en los pueblos más alejados de Córdoba, visitando comunidades muy postergadas y necesitadas del consuelo y la esperanza del Evangelio, anunciado con claridad y sencillez por el “Pelado” como se lo conocía.

En 1968 fue nombrado obispo de La Rioja, diócesis situada en una de las provincias más pobres del país, a causa de numerosos condicionamientos, muy arraigados en su estructura social, cultural y económica. Un pueblo fervoroso y necesitado de un pastor según el corazón de Cristo, lo recibió el 24 de agosto de 1968. Mons. Angelelli asumía su nueva misión con el lema “Justicia y Paz”, en una celebración que anticipó su intensa labor pastoral de “pastor de tierra adentro”. Con la constitución conciliar Gaudium et Spes en la mano,  reveló a los riojanos sus deseos de poner a la Iglesia al servicio de la trasformación de esa dura realidad social. 

En la religiosidad riojana, su patrono, San Nicolás y el Niño Alcalde no son meras referencias devocionales, sino que arraigan fuertemente en la vida de los riojanos. Así, la celebración anual del Tinkunaco (encuentro), no sólo evoca un conflicto entre españoles y aborígenes, apaciguado por la intervención de la Iglesia, donde ambos sectores entregaron los signos de autoridad en esa sociedad naciente al Niño Dios vestido con ropas de alcalde. También expresa con solemnidad la voluntad de la comunidad riojana, de crecer como una fraternidad de hombres iluminados por la fe. Lejos de alienar, la religiosidad de un pueblo es fuerza que transforma su vida con la mirada y el corazón en Dios. Así lo supo interpretar Mons. Angelelli que hizo de esa fiesta religiosa una invitación a renovar la vida de su pueblo, trayéndola de los barrios al centro de la ciudad.

TRABAJO MISIONERO DE RENOVACIÓN

Mons. Angelelli se dedicó a trabajar fuertemente en la renovación interna de la diócesis a su cargo, generando espacios de discernimiento en asambleas y reuniones, así como de actuación pastoral orgánica por la interacción en comunión sacerdotes, religiosos y laicos. Atraídos por la posibilidad de participar activamente de una experiencia de Iglesia evangelizadora y transformadora de la realidad, varias comunidades religiosas masculinas y femeninas se establecieron para acompañar la misión del obispo. En todos los casos, la primera recomendación que les hacía era tomar mucho mate y escuchar a la gente antes de cualquier desarrollo pastoral, poniendo concreta aplicación a aquella máxima de su labor pastoral “con un oído en el Evangelio y el otro oído en el pueblo.” Este modo de ser y hacer la Iglesia, generó resistencias y furias en pequeños grupos de poder, inclusive eclesiales, que veían en Angelelli un demonio que venía a privarlos de sus privilegios. 

La misa dominical, trasmitida radialmente, fue un instrumento eficaz de la comunicación entre Angelelli y su pueblo. Ésta llegaba a pueblos y parajes remotos de la provincia donde con gestos sencillos de cercanía y profundidad evangelizadora, el obispo animaba un tiempo nuevo para la fe de los creyentes. Por eso se lo silenciaría, para acallar la voz del mismo Cristo a través de él. Primero cerrando la trasmisión de las misas, después privándolo de la vida.

Debe destacarse la intensa actuación de Angelelli en iniciativas sociales destinadas a cambiar la suerte postergada de numerosos sectores: el sindicato de las empleadas domésticas (cuasi esclavas de un régimen feudal), sindicato de mineros, formación de cooperativas agrarias en vistas a superar la improductividad de los latifundios en beneficio de quienes trabajaban la tierra, y el rechazo crítico de la instalación de casinos que profundizaba la pobreza y favorecía la usura. Los sectores poderosos hicieron oír su voz, fundando inclusive un diario para desprestigiarlo. Se quejaron ante distintas autoridades eclesiásticas de entonces, no sin antes provocar incidentes de extremada violencia, como la de echar al obispo de una procesión (Anillaco, 13 de junio de 1973), o poner bombas a sus colaboradores, anticipando abiertamente su posterior eliminación física en 1976.

Una visita pastoral de Mons. Zaspe, en nombre del Papa Pablo VI, confirmaría la eclesialidad y ortodoxia de la línea pastoral del obispo Angelelli.  El mismo Papa lo alentaría a seguir trabajando en esa perspectiva de unidad con la Iglesia universal, llenando de consuelo y esperanza el corazón del pastor perseguido y calumniado.

MARTIRIO

Con la llegada de la dictadura militar (24 de marzo de 1976), caerían las garantías constitucionales y se profundizarían las amenazas e intervenciones sobre la vida del obispo, sacerdotes, religiosas y laicos. Allanamientos, requisas, detenciones, caracterizarían el nuevo período. Angelelli lo manifestaría con un espiral en el cual, él era el destinatario final de esas medidas intimidatorias. Sin embargo, no quiso alejarse del país, sino permanecer fiel y presente junto a los suyos. En pocas semanas, el terrorismo de Estado lo asesinaría a él (4 de agosto de 1976), luego de matar a dos sacerdotes de Chamical, Fray Carlos de Dios Murias y el P. Gabriel Longueville (18 de julio) y en Sañogasta a un laico, Wenceslao Pedernera, trabajador rural y padre de familia, frente a su mujer e hijas (25 de julio).

Pasarían casi cuarenta años para que la justicia argentina esclareciera y castigara estos crueles episodios. En el caso de Angelelli, no sólo le robaron la vida, quisieron quitarle la muerte, negando el atentado y adjudicándole un mero accidente automovilístico con sucesivos e increíbles motivos. Si bien la Iglesia argentina no condenó orgánica y enfáticamente lo sucedido, adhiriendo a la explicación del accidente, un puñado de obispos, De Nevares, Hesayne, Novak y Mendiharat (de Uruguay) elevaron en 1983 su voz pidiendo la investigación del asesinato de Angelelli.

En junio de 2018, el Papa Francisco declaró el martirio de los cuatro testigos riojanos del Evangelio, Angelelli, Pedernera, Murias y Longueville. Rubricaron con sus vidas y su sangre, el Evangelio de Jesucristo. El 27 de abril de 2019, en La Rioja, en una conmovedora celebración presidida por el Card. Becciu, fueron beatificados, modelos bienaventurados de vida cristiana.

* Mons. Marcelo Daniel Colombo, es arzobispo de Mendoza (Argentina)

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