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Tres días y noches de presencia, escucha y mediación, pero también de cansancio y angustia ante la situación que hoy vive Colombia.
Por Venanzio Mwangi *
Puerto resistencia se ha convertido en este recinto, que ahora está transitando por una aparente calma, pero no deja de ser ojo del huracán; la comunidad se ha organizado de tal forma que más que un punto de protesta, se está gestando como propuesta y alternativa hacia una manera no violenta de llamar a la dignidad y a la no violencia.
Las mañanas transcurren en medio de una calma tensa, pero se arruga el corazón al encontrar a los manifestantes en las camillas, bien sea haciéndose curar las heridas o recibiendo sesiones de reactivación a cuerpos deshidratados y sueños atrasados.
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En el mismo recinto llegan personas particulares y familias, que desde hace una semana son quienes llegan con chuspas cargadas de insumos para alimentos y medicamentos.
Jóvenes, que son la mayoría, se mueven de un lado al otro como hormigas, informándose de lo que está pasando desde los otros puntos de manifestación y preguntándose cómo brindar apoyo.
Al menos, lo vivido en estos tres días llama la atención, que desde Puerto Resistencia están mandando refuerzos en términos de alimentos, medicamentos y auxiliares de enfermería, utilizando los medios disponibles (Ambulancias, motos, bicicletas o a pie).
En horas de la tarde comienzan las grandes concentraciones al son de tambores, pitos, bubucelas, gritos de resistencia y esperanza para una mañana mejor.
En medio de todo ello van y vienen representantes de organizaciones, procurando ver de qué manera se puede brindar apoyo. Son bienvenidas las buenas intenciones, pero hay mucho miedo, hay sospecha y desconfianza, en estas situaciones no se sabe quién en quién.
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Los muchachos quieren ser escuchados, pero no saben en quién confiar, porque aún imperan las noches oscuras. Al caer el sol llegan los desconocidos y todo termina en disparos. Caso particular anoche, por ejemplo, llegaron ocupantes de un vehículo, lo encendieron en llamas y huyeron…todo parece apuntar a desdibujar los intentos de llevar una protesta con calma. Es un desafío para nosotros como Iglesia y como Misioneros hoy y mañana. Mientras estamos atendiendo al llamado de facilitar corredores humanitarios de emergencia.
Lo que se nos viene encima es una sociedad herida, una juventud que a diario grita “Nos están matando”, la sangre de quienes ya han caído clama por justicia. A la par debe estarse propagando el COVID-19 que nos tiene a todos acorralados.
Solo Dios sabe lo que viene mañana para Colombia. Pero ahí estamos, pidiéndole a Dios la sabiduría de comprender el presente, pero con los ojos puestos en un mañana que seguramente será bastante complejo.
* P. Venanzio Mwangi Munyiri imc; Puerto Resistencia, Cali