Santos Apóstoles Pedro y Pablo: pilares de nuestra fe

La Iglesia celebra hoy, 29 de junio, la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En la mayoría de los países esta Solemnidad se celebra el domingo más cercano a la fecha, este año el 2 de julio. En Italia, el día de San Pedro se celebra desde los primeros siglos de la formación de la Europa cristiana.

Por Jaime C. Patías *

Como es el Santo Patrono, es fiesta en Roma y el Papa Francisco preside la Misa en la Basílica Vaticana, y luego rezará el Ángelus desde la ventana de su despacho, bendiciendo a los fieles reunidos en la Santa de Roma. Los dos momentos podrán ser seguidos por los medios de comunicación (a partir de las 9:30 horas en Roma).

Durante la misa, 32 nuevos arzobispos del mundo reciben de manos del Papa el Palio, una estola blanca adornada con seis cruces y tres clavos, símbolo de la Pasión. Realizado por las monjas benedictinas del Monasterio de Santa Cecilia, en Roma, con lana de oveja, el Palio es símbolo de comunión y fidelidad con el sucesor de Pedro. El arzobispo es el Buen Pastor que lleva sobre sus hombros las ovejas que le han sido confiadas, especialmente las más necesitadas.

Las raíces de la fe cristiana

Con esta solemnidad, la Iglesia vuelve a las raíces de su fe. Los restos mortales de Pedro y Pablo, dos mártires, reposan en las dos Basílicas, la de San Paulo Extramuros y la San Pedro que contiene un vasto cementerio subterráneo,  situado bajo el altar de la Basílica que le está dedicada en Roma.

Cada uno con su aporte, los dos Apóstoles formaron las primeras Comunidades de Seguidores de Jesús. Pablo pasó de perseguidor a ardiente defensor de Jesús. Un entusiasta de la misión. “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1 Cor 9,16) dijo el Apóstol de los gentiles. “Ya no vivo yo, sino Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Por causa del Evangelio, murió decapitado.

Pedro, fue un hombre temeroso que, con la gracia de Jesús, se convirtió en la piedra fundacional de la comunidad cristiana. Quien había negado a Jesús, después de encontrarlo resucitado anuncia sin miedo, ante el Imperio Romano, el nombre y la causa de Jesús, quién lo mató y por qué. Y como el Maestro también Pedro terminó su vida siendo crucificado, solo que cabeza abajo.

Su nombre era Simón y no era una «piedra». Fue Jesús quien le puso el apodo de Cefas o Piedra, que luego se convirtió en Pedro. Este Pedro tan débil y tan humano, como nosotros, se convirtió en piedra, porque Jesús oró por él y le dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Así fue como Pedro se convirtió en nuestro primer Papa.

Papa Francisco

Hoy, al frente de la Iglesia tenemos el liderazgo de Francisco, (el Papa 266 en la sucesión de Pedro) un “hermano argentino” que, al inaugurar su Pontificado en 2013, dijo que soñaba con una Iglesia pobre para los pobres , una Iglesia en salida misionera hacia las periferias geográficas y existenciales, una Iglesia que no tiene miedo de tocar las heridas, como un hospital de campaña, para poder salir al encuentro de todos y ofrecer la misericordia de Dios.

Siguiendo a los Apóstoles de la primera hora, el Papa Francisco comunica la alegría del Evangelio que nos llena de esperanza y nos anima a luchar por nuestros derechos; a cuidar con responsabilidad nuestra Casa Común y a cuidarnos a nosotros mismos.

Durante los momentos más difíciles que afrontó la humanidad, como la pandemia del Covid-19, las catástrofes, las guerras y los conflictos, las palabras, los gestos y las oraciones de Francisco fueron siempre fundamentales para, ante el Crucifijo, recordar lo esencial del mensaje del Evangelio para toda la humanidad.

Francisco sabe que sólo Cristo construye la Iglesia. Por eso propone el encuentro con Jesús, que puede renovar nuestra vida. Cristo también puede romper los esquemas que nos atan, que son obstáculos para las reformas de la Iglesia de Pedro y para cambiar en el mundo lo que se necesita cambiar: racismo, exclusión, discriminación, xenofobia (aversión a los extranjeros y migrantes), homofobia, fundamentalismo, degradación del Planeta, desprecio por los pobres, odio a los pueblos indígenas, negros y la periferia…

Nuestra fe cristiana hoy es la misma que la de Pedro y Pablo: seguir a Jesucristo. Por eso celebrar a estos Apóstoles es también recordar nuestra historia de fe, valorando nuestras raíces y los orígenes de nuestra comunidad. A pesar de las dificultades, esto nos llena de valor y confianza para, con Pedro y Pablo, permanecer firmes en la obra que Jesús nos encomendó en su Iglesia.

¡Viva San Pedro y San Pablo, y viva nuestro Papa Francisco!

* Padre Jaime C. Patias, IMC, misionero de la Consolata en Roma.

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