Visita Canónica DCMS: Construir comunidades para hacer visible el Evangelio

Padres Paolo, Leeny, Stefano y James Lengarin. Parroquia San Bernardino de Siena, California, EUA.

Algunas reflexiones tomadas de la carta del Padre Stefano Camerlengo, Superior General de los Misioneros de la Consolata a los misioneros de la Delegación Canadá, México y Estados Unidos (DCMS) sobre la misión del Instituto en el contexto de la Iglesia y de la sociedad.

Queridos misioneros, en primer lugar, queremos agradecer la acogida, la amabilidad y la fraternidad que caracterizaron nuestra visita canónica a la Delegación: ¡gracias de todo corazón! También agradecemos de manera especial al Superior Delegado, el padre Paolo Fedrigoni, con su Consejo, y à todos les misioneros por la excelente organización de la visita.

Padres Louis y Lengarin durante Vigilia Pascual en la parroquia San Francisco de Sales en Riverside, EUA.

Juntos recorrimos los tres países que conforman la Delegación (Canadá, Estados Unidos y México), visitando las comunidades y encontrándonos con todos vosotros en diálogos y encuentros con un fuerte sabor fraternal.

En segundo lugar, queremos invitarles a seguir adelante, a no dejarse asustar por las dificultades, sino a creer que es posible construir una “Delegación” que abarque tres países, aunque sean diferentes.

Al final de este camino quiero ofrecerles algunas reflexiones que la visita y sus encuentros han suscitado y que merecen ser exploradas para llegar a caminos compartidos que saco del episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35)

Un icono bíblico evocador

Esta página de los dos discípulos de Emaús habla de nosotros. De hecho, como misioneros, estamos en el camino, en el viaje. En compañía de esta inquieta humanidad que con innegable coraje sigue buscándose a sí misma. Una multitud de personas y culturas formadas por seres humanos que se dirigen frenéticamente hacia algo que aún no se ve y nos arrastra como lo hizo en la época de Emaús.

Vía Crucis el Viernes Santo en la Parroquia Divino Niõno, Tuxtla Gutiérrez, México.
El tiempo de dar testimonio no ha terminado

A estas alturas deberíamos haber comprendido, por experiencia, que el “extraño” que se nos acerca cada vez, poniéndonos en el camino de la autocrítica, es el modo en que el Espíritu nos habla, impulsándonos, a veces a la fuerza, a enfrentar y responder a las dudas y a las preguntas que surgen. La historia es la forma en que Jesús nos habla y se acerca a nosotros sin que podamos reconocerlo. Llega con un paso suave, anónimo, aparentemente indescifrable, para no abandonar nunca el camino. Algunos estarían tentados de deshacerse cuanto antes de esta injerencia, de este “extraño” que quiere meter las narices en nuestros asuntos. Otros, sin embargo, deciden confiar; entienden que deben permanecer en compañía del “forastero”: descartarlo sería condenarse para siempre. Debemos seguir siendo comensales fraternos del presente, de nuestro tiempo, de la humanidad de hoy, porque ese es el rostro que Jesús elige cada vez para dirigirse a nuestra cansada inquietud.

Cuando aceptamos de nuevo sentarnos a la mesa con el mundo y con los hombres y mujeres que son nuestros compañeros de viaje, ahí nos volvemos a encontrar. Las cosas las vemos de otra manera cuando nuestros ojos se abren de repente y redescubrimos la capacidad de compartir el pan con la humanidad de todos.

Visita al Cardenal José Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara, México.

Este tiempo es capaz de abrirnos los ojos y Él ya está vivo y operante cada vez que enfrentamos los asuntos humanos con el criterio del don. Cuando nos damos cuenta de ello, nos invade inmediatamente un deseo irrefrenable de acudir a su lado. Retomar nuestra presencia en medio de los hombres, en el mundo, en las calles, incluso entre los que están envueltos en la penumbra, los más enfadados e inquietos, los que han cerrado sus puertas por miedo. Con fuerza tenemos que decir que el tiempo del testimonio no se acabó, más bien vuelve a empezar en este momento en el que todos buscan algo.

Animación y cooperación misionera

La animación pretende, sobre todo, mantener viva en las comunidades diocesanas y parroquiales la conciencia de que la Iglesia es universal y misionera, abierta al mundo y a los pueblos, y que su tarea fundamental es la evangelización: ofrecer a todos el Evangelio de Jesús con palabras y obras para que todos conozcan la salvación a la que el mundo está destinado. Por lo tanto, ella implica la Liturgia, la Catequesis, la Caridad y todas las articulaciones de la comunidad cristiana (grupos de edad o de interés, etc.). La animación misionera pretende hacer de cada cristiano un sujeto activo en la misión universal de la Iglesia, llevando a término en cada uno la vocación a la misión ligada al Bautismo y a la iniciación cristiana. Desafortunadamente, debemos reconocer que nuestras comunidades cristianas aún no han alcanzado esta conciencia y madurez.

Una parte integral de la animación actual es también la cooperación misionera. La cooperación misionera es sobre todo el cuidado de la relación de la Iglesia con las Iglesias hermanas del mundo. El Instituto está llamado a hacer que la Iglesia local se preocupe por todas las demás Iglesias, manteniendo realmente la corresponsabilidad universal en la misión. Las comunidades están llamadas a ser educadas para abrirse y apasionarse en el camino de la Iglesia universal.

La cooperación tiene lugar en el plano espiritual de la oración, en el plano pastoral del “intercambio de dones” y en el plano de la solidaridad económica. Es necesaria una revisión de nuestro estilo de cooperación para una mayor cualificación de nuestro servicio y de nuestras propuestas y proyectos misioneros.

Misión y comunicación

Jesús es el primer “comunicador”. Él es el modelo de referencia que nos permite captar un método del que el discípulo no puede prescindir. Su “comunicación” nos permite vivir nuestra “misión”, permitiéndonos así comprender cómo responder hoy a la perenne búsqueda de Dios por parte de los hombres, sin descuidar la dinámica interpersonal y comunitaria de la misión. La comunicación experimenta la diversidad de tiempos y culturas. Es un proceso de adaptación continua y requiere una planificación, el discernimiento cuidadoso de la comunidad que vive su tiempo. Este tema nos lleva a revisar nuestra comunicación, nuestras herramientas comunicativas, nuestras Revistas, que requieren cada vez más competencia profesional, creatividad e inspiración para nuevas y bellas producciones, como forma privilegiada de anuncio.

Visita a la comunidad en la Parroquia Santo Andre en Toronto, Canadá.
El animador misionero

Nuestra tarea es hacer crecer en la Iglesia la dimensión misionera en todas partes: es fundamental entender este papel que tenemos en la Iglesia, que refleja un modo de actuar típico de Dios que, por medio del Espíritu Santo, llama a alguien a vivir esa dimensión de manera fuerte y evidente, para que sirva de recordatorio insistente a toda la comunidad.

El animador misionero tiene entonces una función importante. Más aún hoy, cuando descubrimos la urgente necesidad de preparar una nueva etapa misionera en nuestras iglesias en la que tenemos que sacar de lo más profundo de su misionariedad, es necesario acudir a las motivaciones más verdaderas, al concepto mismo de ser cristiano, a la naturaleza de la Iglesia y a la razón misma de la existencia de las comunidades cristianas.

El animador es como el centinela de Ezequiel 33,7-9: a veces está cansado de alertar y de no ser escuchado, otras veces incluso se siente culpable por el hecho de que nadie lo escuche. Empieza a pensar que tal vez debería cambiar de método, avisar de una forma más atractiva, más convincente. Pero el centinela debe recordar que sólo hay un caso en el que debe sentirse realmente culpable: cuando no ha cumplido con su deber, cuando no ha avisado. Como misioneros somos centinelas que no deben cansarse de avisar, aunque a veces haya cierta frustración al ver que nuestros gritos caen en saco roto. Es un trabajo difícil, pero debemos hacerlo sin desanimarnos. Aunque la mayoría no nos escuche, siempre habrá alguien en medio de la gente que lo haga. Aunque se trate de una sola persona en toda una ciudad, si nuestro grito ha salvado la vida de uno solo habrá valido la pena.

Padres Stefano y Lengarin con la comunidad IMC de Montreal y algunos colaboradores.

A los que no nos creen sólo podemos decirles que el centinela seguirá en su lugar, seguirá advirtiendo del peligro que se viene, de la belleza que ve más allá de la muralla del castillo y de que un nuevo amanecer está naciendo. No se detendrá incluso cuando le manden callar o se burlen de él por lo que hace. Puede que lleguen a despreciarlo o insultarlo, pero, si estuviera callado, ¿qué clase de centinela sería?

La pastoral misionera

Si la propia naturaleza de la Iglesia y la situación actual de las iglesias en el mundo exigen una fuerte acentuación de la perspectiva misionera, la pregunta es: ¿qué implica esta perspectiva para la acción pastoral?  Globalmente, podemos decir que la perspectiva misionera no requiere un añadido a la pastoral existente, sino una revisión de toda la praxis de la Iglesia en su labor en el contexto humano y en la sociedad para superar la tendencia centrípeta que nos lleva a encerrarnos.

En esta visión renovada, “misión” significa también salir a anunciar a Cristo y su Evangelio para la salvación del mundo. Irse implica estar dispuesto a encontrar nuevas situaciones y personas, dejar atrás la seguridad del propio hogar, del propio grupo, del propio mundo cultural y social. La visión misionera indica no sólo el hecho de partir, sino sobre todo el modo de salir al encuentro de nuevas situaciones y personas para anunciarles a Cristo.

Padres Timothy Gatitu, James King’ori y Paolo, comunidad IMC de North Brunswick, EUA.

En la larga historia de la Iglesia, el mandato de Jesús fue invocado a veces para justificar una cierta agresividad en el anuncio que ignoraba la experiencia religiosa y cultural de los pueblos. En una simplificación teológica, los demás pueblos fueron considerados como “paganos” y su rica realidad religiosa y cultural como “tabula rasa”. En el contexto actual, marcado por el pluralismo religioso y cultural, para que la misión no sea una conquista o una sutil política de expansión religiosa, la Iglesia debe seguir el camino principal trazado por el Concilio Vaticano II: el diálogo con el mundo contemporáneo. La misión, más que un anuncio agresivo y triunfalista, es un compartir humilde y alegre de nuestra experiencia de Dios en Cristo: proclamar lo que hemos visto, oído, tocado y experimentado. Se trata de un intercambio reflexivo de nuestra experiencia de fe para una vida más plena de todos.

El hecho de que tengamos que ir a otros mundos religiosos y culturales no nos da derecho a pisotear todo lo que se encuentre en nuestro camino. Por el contrario, el hecho mismo de ir a lugares diferentes y nuevos, como “extranjeros” que traen un regalo inédito pero que desean ser acogidos y amados, exige un enfoque más respetuoso y acogedor del patrimonio religioso y cultural de los pueblos. Esta actitud deriva también de la convicción de que el misterio que anunciamos nos precede y nos espera en todo contexto y tiempo.

Padres Stefano, Legarin y Leeny con grupo de confirmación de la parroquia San Bernardino de Siena, Califórnia, EUA.

Todo esto significa que la perspectiva misionera del trabajo pastoral debe realizarse en términos de un diálogo respetuoso y crítico con la experiencia religiosa de las personas, sus sensibilidades culturales y sus ideas de desarrollo. Nuestra presencia en el trabajo pastoral debe ser como la presencia de la sal, discreta, sin molestar y, en justa medida, realzando la naturaleza de cada sabor y gusto. La presencia de la sal es tan vital que su ausencia haría que los alimentos fueran insípidos; sin embargo, ¡los alimentos no son todo y sólo sal!

La actividad misionera, por tanto, es una perspectiva fundamental e indispensable de la práctica eclesial. Su ausencia empaña la identidad de la Iglesia y de los cristianos y produce una praxis pastoral estática, repetitiva, cerrada y sin impulso.

(Hacia al final, el mensaje presenta algunas orientaciones para cada uno de los países donde el Instituto está presente, México, USA y Canadá).

Orientaciones para la Delegación
  1. Potenciar el servicio del superior local recordándole sus responsabilidades e invitando a los hermanos a respetar su función y servicio caminando juntos.
  2. Constituir un “Consejo de Superiores Locales para cada país de presencia”, al estilo del Consejo Continental, formado por los superiores de la comunidad para reflexionar, animar y tomar decisiones según el principio de subsidiariedad y sinodalidad en apoyo de la dirección de la Delegación.
  3. Organizar y cuidar la comunicación, la información y el intercambio entre las diferentes realidades misioneras, las presencias geográficas y el personal de la Delegación. Se pueden organizar encuentros en línea a diferentes niveles para reunirse, conocerse, compartir ideas y propuestas que favorezcan la fraternidad, la comunión y la misión. 
Encuentro online con los misioneros de la DCMS. El Consejero General para América, el Padre Jaime Patias, también partici´´o desde Roma.
Conclusiones

Hemos tratado sólo algunos aspectos, para indicar algunos caminos, a la luz de algunos de los grandes valores que caracterizan nuestra vida de consagrados para la misión, para que hoy sigamos siendo capaces, bajo la guía del Espíritu, de testimonio evangélico, de transparencia de Dios, de atracción hacia Cristo y el Reino prometido.

Estamos llamados a habitar horizontes, a explorar caminos, no simplemente a reciclarnos, a sobrevivir. Los que no se anticipan al futuro no encontrarán lugar en él. Los religiosos y los misioneros siempre han sido testigos del futuro esperado y anticipadores simbólicos de lo que todos esperamos en la fe: un reino de verdad y vida, un reino de santidad y gracia, un reino de justicia, amor y paz. Que así sea también para nosotros, los misioneros de la Consolata en Canadá, México y Estados Unidos.

A todos y cada uno: ¡Ánimo y adelante en Domino!

Montreal, 29 de abril de 2022.

Padre Stefano Camerlengo

(El mensaje es también firmada por el Vice Superior General, el Padre James Lengarin, que acompañó a Padre Stefano y por el Superior de la Dirección, el Padre Paolo Fedrigoni y los consejeros, padres Patrick Waiganjo y Peter Ssekajugo).

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