María de Nazaret, pedagoga cultural

Foto: Anibal Delgado

Cuando las culturas se mezclan, pretendiendo mantener sus identidades y reclamando, entonces, una convivencia intercultural, en donde se reconozcan, respeten y valoricen las diferencias, rechazando o resistiéndose a la uniformización de una pretendida cultura universal, necesitamos nuevas luces y pedagogías, lo mismo que testigos y maestros de esta reconstrucción cultural.

Por Salvador Medina *

Aquí proponemos a Jesús de Nazaret y su Evangelio como luz para iluminar el proceso-camino y María, su madre, como discípula, testigo y pedagoga para recorrerlo.

El ser humano, hijo y padre de la cultura

Cada uno/a habita el presente en diferentes geografías como persona hecha de tierra, “terrano” (Faustino Teixeira), impulsado o frenado por un pasado que debe asumir con gratitud y atraído u ofuscado por un futuro, que debe abrazar con esperanza y responsabilidad, si no quiere sucumbir.

Nuestra existencia personal, como la de Jesús y la de María, está preñada de soledad (identidad) y a la vez de compañía (relacionalidad), culturalmente tejida. Esta identidad e identificación cultural la entendemos aquí en sintonía con el magisterio de la Iglesia Católica en nuestra Amer-India-Afro-Latina, apoyado en el Concilio Vaticano II y la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi nn. 18 y 20: “Con la palabra ‘cultura’ se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios” (GS 53b) de modo que puedan llegar a “un nivel verdadera y plenamente humano” (GS 53a). Es ‘el estilo de vida común’ (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos, por ello habla de ‘pluralidad de culturas’ (GS 53c) y no de ‘la cultura’ (cfr. DP 386).

La cultura, entonces, como estilo y proyecto de vida de personas, pueblos o grupos sociales específicos, remite siempre a esas cuatro relaciones o caminos, dinámica y humanamente recorridos, construidos por los humanos en la interactividad y constructores, a su vez, de la misma humanidad y toda la “comunidad de vida”. Los humanos resultan ser, entonces, hijos y padres de sus culturas. Por eso no es posible diluirlas en una pretendida cultura universal, impuesta por la globalización de capitales, tecnologías y comunicaciones, sin sujeto ni corazón. La “comunidad de vida” (cfr. Carta de la tierra) necesita de las culturas para no morir y de la interculturalidad para el “buen vivir” o “Sumak kawsay”, que en quechua significa “la plenitud de vida en comunidad, junto con otras personas y la naturaleza”.

Foto: Cami Acosta

Culturas tejidas por “terranos”

Personalmente me gusta la tarea y la técnica del tejer, aunque en mi mundo cultural (Aguadas) no la pude aprender porque era cosa de mujer. No se conversaba entonces sobre la equidad de género. El tejer, que puede ser manual o industrial, es siempre tarea delicada, artística, estética y ética, más aún, el arte de tejer relaciones vitales para la vida.

El Papa Francisco, artista en las relaciones, nos propone la luz del Señor Jesús para esa misión de tejer nuevas relaciones y nosotros proponemos a María como pedagoga en esta delicada y vital misión.

Como las culturas no nacen con cada generación, sino que se recrean, para responder a las exigencias del presente, con base en la memoria o tradición, confrontemos, entonces, nuestras viejas relaciones con las nuevas, guiados por la maestra de Nazaret, que nos “conduce” siempre a su Hijo, el Maestro Jesús, también en este tiempo de pandemia planetaria causada por la COVID19, que religa lo personal, lo social, lo ecológico, lo económico y lo espiritual.

Foto: Huy Phan

Identidad personal de María

  1. Encuentro consigo misma: en su proceso de vida, la “Agraciada”, la “encantadora”, permanece sola, en su intimidad, no como el “centro del universo”, sino en la presencia (compañía) de sí misma, en su identidad personal y cultural de mujer judía, en honesta relación afectiva con José (Lc. 1,26-38).

“Es bueno estar solo, pero acompañado de nuestros antepasados, familiares y amigos, que nos cuidan y nos dan fortaleza”, me dice Mauricio Júlicue, joven indígena Páez o Nasa.

Foto: Tati Restrepo

Actitudes de María en la vida personal

Atención: puede llamarse también meditación u oración. María es la joven orante que acalla su mente para darle espacio a la conciencia, a la espiritualidad. Aunque confusa, escucha con atención el mensaje de lo alto (voluntad de Dios).

Fe: María es la creyente que, confiando plenamente en el Dios de sus padres, no se encierra en la tradición de su pueblo, sino que se abre a la propuesta de una nueva creación, una nueva alianza, una nueva humanidad: fe + confianza + fiabilidad (confiabilidad) = felicidad. “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamaran bienaventurada (Lc 1, 47-48).

Aceptación: abrirle espacio a la voluntad de Dios, en lugar de resistirse o discutir. María acepta en el corazón de joven y humilde mujer de Nazaret, su incapacidad de comprender el misterio presentado por el mensajero divino y se rinde disponible (no resignada) a la novedosa acción de Dios en ella.

Valentía: María no se asusta frente a lo nuevo, aunque éste permanezca oculto en el misterio y se vaya revelando, apenas, poco a poco. Expresa sus interrogantes, dejando percibir su perplejidad, se dispone, sin miedos, para vivir el Plan de Dios.

Memoria: silenciosa y meditativa, María, para Lucas, es la mujer de la memoria. “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19), “Y su madre conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51b).

Este es el “camino hacia adentro”, personalmente recorrido por cada uno, entrando en la intimidad para conocerse mejor: se trata de la propia identidad identificada culturalmente, en la cual se asume la verdad personal que nos habilita, en autónoma libertad, para poder entrar en el dinamismo de la relacionalidad.

Identidad religiosa de María

  • Encuentro con el Otro: permanece sola, pero con…, en la presencia (compañía) del Dios de sus antepasados (el Otro con mayúscula, trascendente), atenta, humilde, creyente, abierta a la vocación, dispuesta a la misión, feliz: “Te saludo, llena de gracia, el Señor está contigo… Dichosa tú que has creído” (Lc 1,28.45).
Foto: Dinax

Actitudes de María en la vida espiritual

Alegría: la invitación que le llega de lo alto es clara, ¡“Alégrate”! Isabel la reconoce “feliz”, bienaventurada: “Bendita tu que has creído”, ella misma canta su alegría, “mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc. 1,46-47).

Humildad: todo en ella sucede por la voluntad y el poder del Creador, que ve su pequeñez y hace con ella y a través de ella, obras grandes y nuevas.

Este es el“camino hacia la trascendencia”, hacia el misterio que se va revelando en la historia: para vivir esta dimensión religiosa y espiritual de nuestra identidad relacionada, en el día a día y en cada contexto, necesitamos entrenarnos en la Obediencia, entendida como disponibilidad para escuchar la voluntad de Dios, escucharnos entre nosotros y discernir (dis = separar + cernir = seleccionar con el cedazo) personal y comunitariamente, con actitud de fe orante y confianza dialogante en cada una de las elecciones y decisiones importantes de la vida.  

Identidad social de María

  • Encuentro con los “otros/as: permanece sola, pero con…, en la presencia (compañía) de los “otros” (diferentes e iguales), pronta a salir e ir al encuentro de: a) personas individuales que buscan generar vida en medio a las dificultades: “en aquellos días María se puso en viaje hacia montaña… entrando en la casa de… permaneció con ella cerca de tres meses…” (Lc 1,39); b) familias o grupos en fiesta: “se hicieron unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús…” (Jn 2,1); c) personas, comunidades o pueblos martirizados, crucificados, víctimas de las diferentes violencias: “estaban junto a la cruz de Jesús, su madre…” (Jn 19, 25); d) comunidades de fe, atemorizadas ante los peligros de las persecuciones religiosas: “Regresaron a Jerusalén… Estaban Pedro… junto con… María, la madre de Jesús…” (Hech 1,12-14).

Actitudes de María en la vida social

Misionera: disponible para salir e ir, a prisa (entusiasmo), hacia (ad) los otros/as

Servidora: atenta y firme, “de pie”.

Pedagoga: mostrando a Jesús, orientando, “hagan lo que Él les diga” y acompañando con cariño y firmeza.

Este es el“camino hacia los otros/as”, hacia la sociedad, saliendo del propio mundo y viajando al mundo de los otros, con espíritu y dinamismo misionero. Para vivir esta dimensión social, política y jurídica de nuestra identidad relacionada, en el día a día y en cada contexto, nos apoyamos en la madurez afectiva y sexual, entendida como: a) disponibilidad para salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los otros o dejarnos encontrar; b) disposición para revisar permanentemente nuestras dinámicas afectivas y la libertad para permanecer en el amor, para crear amistad social y fraternidad familiar.   

Identidad “terrana” de María

  • Encuentro con el mundo-ambiente: a María, mujer de la tierra y “terrana”, porque humana, los cristianos la hemos identificado con esa Mujer “vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza”, que en capítulo 12 del Apocalipsis viene presentada como “signo” del pueblo de Dios que, confiado en la providencia divina, sufre y padece los dolores de parto de cada día, en la dura tarea de dar a luz un mundo en el cual reine el amor. En Amerindia hemos percibido en ella la dimensión femenina de la divinidad y la hemos identificado con la Pachamama, expresión aymara y quechua de la fuerza vivificante de Dios madre, que cuida de sus hijos y sufre cuando es maltratada y explotada. Así viene venerada como la Virgen del Cerro, en Potosí – Bolivia, como la Morenita del Tepeyac mejicano, Virgen de Guadalupe que visitó la Patria Grande latinoamericana, con el Sol de la consolación en su vientre: “¿Por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?” (Nican Mopohua).
Foto: Abraham Guerra

Actitudes para habitar juntos la “casa común”

No basta con cuidar el planeta por interés, por motivos económicos o porque la humanidad está amenazada y queremos evitar la catástrofe que, según muchos indicios, se acerca.

Debemos vivir en la conciencia (no en la mente) de red: para ello necesitamos replantearnos y cambiarnuestros estilos de vida, nuestra mentalidad e, incluso, nuestra espiritualidad.

Nueva comprensión de la vocación y la misión del ser humano y, más aún, del discípulo misionero. ¡Dejémonos con-vocar y pro-vocar!

Este es el “camino hacia medio ambiente”, de ecología integral: para vivir esta dimensión ecológica, económica y laboral de nuestra identidad relacionada, en el día a día y en cada contexto, nos apoyamos en el derecho-deber al trabajo y en las actitudes de “cuidado” de toda la creación, invirtiendo los “dones” que el Padre Dios nos ofrece permanentemente a través de la “madre tierra”, administrándolos ética y trasparentemente, usando el dinero con austera libertad y para la solidaridad con los más pobre y necesitados.

* Salvador Medina, imc, es misionero en Colombia.

Contenido relacionado