En la medida que avanza el nuevo siglo, entre catástrofes naturales, pandemias, guerras, violencias e iniciativas civiles, religiosas y eclesiales vamos “abriendo nuestro corazón a quienes viven en las más dispares periferias existenciales que se crean de manera dramática”, al grito de los pobres y a los gemidos de la tierra.
Por Giacomo Mazzotti *
Vamos sintiendo el impulso de la compasión en la humanidad, la convocación a la misericordia en la Iglesia Católica, la urgencia y oportunidad de compartir la consolación con toda la “comunidad de la vida”, como Misioneros/as de la Consolata. El Samaritano nos sigue llamando y enviando “a curar las heridas impresas en la carne de muchos, a calmarlas con el óleo del consuelo, a vendarlas con misericordia y a sanarlas con la solidaridad y la debida atención”.
Santos sociales
Estas últimas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco con ocasión del “Año de la Misericordia” me impactaron, captaron “mi atención”. La misericordia de la Iglesia y su solidaridad hacia “las periferias existenciales”, parece decir el Papa, aparecen cuando miramos atentamente el mundo y a las personas que lo habitan, no con ojos distraídos ni superficiales sino atentos, capaces de leer en el interior, de discernir la realidad y de comprender algo los mecanismos y complicaciones que esconde. Ojos para ver/comprender y luego intervenir para “sanar”, cambiar la situación y sociedad.
En la Iglesia Católica, quienes han tenido ojos y corazones abiertos de manera superlativa, han sido llamados “santos sociales”, es decir cristianos serios que, mirando la realidad con los ojos de Dios, asumen la causa de los últimos, de los “rechazados” y trabajar duro para promover “la vida abundante” prometida por Jesús.
La capital del Piamonte italiano, Turín, es particularmente famosa por la abundancia de estos “santos sociales” que, entre los siglos XIX y XX, se donaron en cuerpo y alma para luchar contra los males sociales de la época, defender los derechos de los más vulnerables y crear obras que continuaran esta atención a los últimos de la sociedad, en su ciudad, en su país Italia y más allá, hasta los confines de la tierra. Algunos de sus nombres son bien conocidos como San José Cafasso, San Juan Bosco, San José Cottolengo y San Leonardo Murialdo, la marquesa de Barolo o Faà di Bruno, etc. Para mí ha sido una agradable sorpresa constatar como la “biblia moderna de la información en línea”, es decir, Wikipedia, incluye también a nuestro Beato José Allamano en esa lista de los santos sociales, con una breve agregado: “Fundador de los Misioneros de la Consolata en favor de los más desafortunados del mundo”. Un hombre, por lo tanto, que ha enfocado su visión atenta no sólo en la ciudad de toda su vida, sino mucho más allá, hasta África. Con la fundación de dos Institutos misioneros, logró proyectarse más allá de su espacio y de su tiempo, a otros pueblos y continentes.
Ojos abiertos, oídos despiertos y manos a la obra
El período histórico en el que vivió y trabajó Allamano, coincide con la larga y complicada gestación y el nacimiento de la nueva Italia o periodo del resurgimiento. Igualmente, con el convulsionado desarrollo industrial que transformó el rostro de la ciudad con la migración masiva del campo, el nacimiento del mundo obrero y los problemas relacionados con la respectiva organización social del trabajo y de los trabajadores. Rector del santuario de la Consolata, tiene la fortuna de vivir inmerso “en un mar de gente”, como escribió alguno de sus sucesores, que frecuenta diariamente el templo – santuario más querido por los turineses. A través del ministerio de la confesión y el encuentro diario con personas de todas las clases y condiciones, le toma el pulso a la ciudad, se deja tocar por los dolores y los problemas que presenta ante su querida Consolata. Siente el drama de muchos que viven en la pobreza porque son explotados u olvidados por quienes gestionan el poder público, aunque estén imbuidos de un socialismo apasionado, respirando así lo que hoy llamaríamos “el malestar” de una ciudad en crecimiento.
Sin embargo, no se contenta con escuchar y consolar con hermosas palabras o sermones vacíos. Se esfuerza por intervenir concretamente (y obstinadamente) con su sabiduría, sus intuiciones, su interés y también su dinero, favoreciendo y apoyando una infinidad de “microproyectos” de desarrollo y solidaridad: los trabajadores de la fábrica de tabaco de la Royal Park, los tejedores de la algodonera de Poma o de la fábrica Brass, los verduleros de Borgo Dora e incluso las costureras. Estas últimas, por aquel tiempo en Turín, eran unas 20.000, a menudo mal pagadas o obligadas a trabajar con horarios inhumanos.
Es importante también el interés y apoyo de Allamano a la prensa católica, como valioso medio de formación para las personas en general y los líderes responsables de diferentes sectores de la sociedad. También en este campo Allamano determina sus límites, sin ser “genérico”, siempre orientado a la promoción humana y cristiana. Uno de sus sucesores en el santuario testificará: “Allamano puede ser definido como un pionero de la prensa católica porque, cuando el periódico L’Unità Cattolica fue transferido a Florencia, intervino inmediatamente y dijo: “L’Unità Cattolica va a Florencia para morir allí. ¡Si el Arzobispo me autoriza, en unos días reuniré los fondos necesarios para fundar un nuevo periódico! Efectivamente recaudó alrededor de cien mil liras y se fundó el nuevo periódico, L’Italia Reale. Fue también uno de los protagonistas de la fundación de La Croix, el periódico católico europeo más famoso. Sin olvidar que, con Giacomo Camisassa, su mano derecha, inició “La Consolata” (hoy “Missioni Consolata”): un modesto boletín que, al inicio comunicaba noticias sobre el santuario mariano, más tarde se convirtió en la voz de las misiones en el África y de las actividades de los misioneros de la Consolata.
Incluso los Oratorios, verdaderas “escuelas de formación” para los jóvenes, no sólo fueron apreciados por Allamano, sino apoyados concretamente y costeados, algo natural, tal vez, para alguien que había sido alumno del Oratorio de Don Bosco.
La preocupación y atención continúa
Esta atención del Fundador a la sociedad, a la gente y a los individuos, permanece viva y operante en el estilo evangelizador de sus misioneros. Llegados a un país desconocido, tan diferente en tradiciones culturales, valores y estructura social, fueron invitados por él a “observar y anotar” lo que veían para luego “elevar el ambiente” (hoy hablaríamos de transformación social), haciéndolos “más felices en esta tierra”, a través, diríamos también hoy, de la “promoción humana”.
Sus misioneros intentaron lograr estos objetivos en el contacto diario y directo con la gente, sobre todo mediante “visitas a los poblados o veredas”. Un camino apostólico duro y agotador, lleno muchas veces de reveses y decepciones. Allamano los animaba y sostenía, subrayando la importancia de la fidelidad y perseverancia al método, aún en medio del cansancio que podía desanimarlos. Les hacía ver cómo y por qué las visitas no debían reducirse a simples paseos, sino convertirse en auténticos encuentros, donde los enfermos y los poblados más necesitados tienen prioridad. Las visitas a los poblados fueron, según el método misionero de Allamano, “los ojos y el corazón” para leer, comprender y cambiar la realidad. Tanto es así que en el informe presentado a Propaganda Fide el 24 de septiembre de 1908, se afirma. “Como consecuencia de las visitas diarias a los poblados, se constató una creciente transformación del ambiente pagano”. Una verdadera inmersión entre los pobres, que despertaba confianza y con la confianza venía el deseo, la disponibilidad, de acoger no sólo el mensaje del Evangelio, sino las ganas o el impulso para un buen vivir, más humano, más digno de los hijos de Dios.
Hace algunos años, en Turín, como preparación a la fiesta del Beato Allamano, se organizaron tres vigilias originales, con el título “Diálogos con la ciudad”. La idea nació al constatar que Allamano había sido un sacerdote fuertemente implicado en la vida socio-eclesial de su ciudad hasta el punto de introducir, para la formación de los jóvenes sacerdotes recién ordenados, lecciones sobre el trabajo y los problemas sociales. Entre los diversos ponentes estuvo el P. Ugo Pozzoli, misionero de la Consolata turinés, que presentó a su Fundador como quien “tenía los ojos abiertos para ver, comprender y actuar. Se comprometió a promover, alentar y apoyar nuevas formas de presencia, incluso audaces, en el contexto de la ciudad. Hoy Allamano ya no existe, pero están los misioneros de la Consolata con sus comunidades, donde su espíritu permanece vivo”
* Padre Giacomo Mazzotti, postulador del Instituto Misionero de la Consolata
Artículo publicado originalmente en la revista Dimensión Misionera (clic para ver)