Misión y Fronteras

Encuentro de migrantes en Turín – Italia

Si miramos el mapamundi, con sus más de 195 países, lo notamos cubierto de líneas, colores y banderas, marcando fronteras físicas y, entonces, visibles. Existen otras muchas, culturales y virtuales, todas invisibles.

Salvador Medina*

El mapa de los reinos

El planeta tierra aparece lleno de fronteras, algunas naturales y, la grande mayoría, fruto de la organización o desorganización humana. Todas, se dice y se cree, para delimitar, separar y/o defender: ¿a quién, de quién o de qué?

Las más evidentes, las físicas, rodeadas de oficinas burocráticas, preparadas para acoger o excluir y batallones o fortines entrenados para defender o atacar. Las más sutiles, políticas, étnicas, culturales, sociales, generacionales, de género, religiosas, ecológicas, etc., muchas veces son las más fuertes agresivas e inconvenientes.

El mapa del Reino

Si pudiéramos ver un mapa del “Reino de Dios”, anunciado por Jesucristo, no veríamos líneas, porque los ciudadanos de este Reino son de todas las tribus, idiomas, pueblos y naciones. Todos miembros de la gran Familia humana.

En el Primer Testamento el Profeta Isaías anticipó ese Reino, en donde todos los pueblos ven y anuncian la gloria del mismo Dios: “yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria”. “Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones: a Tarsis, Put, Lud, Mésec, Ros, Tubal y Javán, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones” (66, 18-19). En el mismo texto presenta la manera de lograrlo: eliminado todo lo que impida la llegada de la salvación ofrecida por Dios, guardando el derecho y practicando la justicia, como base de todas las relaciones. Las injusticias son el gran obstáculo para la convivencia y para la construcción de ese “mundo nuevo” (56,1.6-7), el Reino de Dios u “otro mundo posible”, como lo llamamos los jóvenes hoy y al servicio del cual trabajamos.

La misión de Jesús

Ese plan o sueño de Dios, su Reino, coincide con la misión confiada por el Padre Dios al Hijo Enviado, el Emmanuel – Jesús. Su identidad judía, “definida por un cúmulo de características que incluía creencias (monoteísmo, teología histórica), prácticas (circuncisión, rituales de purificación, observancia del sábado, sacrificios expiatorios, matrimonios endogámicos, separación física) y etnicidad (nacer de padres judíos, ser ciudadano de la nación judía)” (Gil Arbiol, Carlos (2017). El Dios de Jesús y las fronteras culturales y religiosas. Revista Cuestiones Teológicas, 44 (102), 453-467), no lo atrapó en su cerrado etnocentrismo. Él, aún a costa de su propia vida terrenal, culminada en la cruz y sepultada, rompió fronteras humanas, sociales, políticas, culturales, religiosas, morales y muchas más. Tendió puentes en lugar de reforzar muros, propuso y buscó la inclusión y la fraternidad universal. Todos hijos del mismo Padre maternal y por lo mismo, hermanos.

Nuestra misión

La misión del Padre recibida, Jesús la confía a sus discípulos misioneros: “vayan por el mundo”, con la luz y la fuerza del Otro Consolador, el Paráclito. Amplíen la tienda para facilitarle a todos el encuentro conMigo; abran los corazones a la fraternidad universal para vivir en familia; crucen fronteras y construyan puentes para celebrar y disfrutar todos juntos la fiesta de la vida; superen todo tipo de exclusiones y discriminaciones, promoviendo y respetando los derechos humanos y de la madre tierra; perdonen y acepten el perdón; desaten procesos de reconciliación individual, familiar y social, para que puedan respirar la verdadera consolación y volver  soñar.

Allí donde los reinos y gobiernos, sistemas y estructuras, ideologías y corrientes, carteles y organizaciones, religiones y credos, imponen fronteras que no se pueden cruzar, el Evangelio de Jesucristo las supera, “nunca se ha mantenido dentro de los límites”. (Samuel Zwemer): las físicas con filiación y la fraternidad; las económicas con la solidaridad, la justicia y la paz; las culturales y religiosas con el diálogo, el respeto y la valoración; las legales con el amor; las morales con el perdón y la reconciliación, las ecológicas con la gratuidad y el cuidado, las del tiempo y la muerte con la resurrección, verdadera consolación. Todas con los derechos humanos y de la tierra, valores humanos y humanizantes.

*Salvador Medina, misionero de la Consolata, en Colombia