Formación permanente por nuestro bien y el de la misión

Padre Innocent B. Mbisamulo: «después de las tareas no fáciles de la misión en Venezuela, este curso me ha reconfortado y renovado» Foto: Jaime C. Patias

«Dios, a través de su Hijo, ha establecido una relación de amor y misericordia hacia todo lo que ha creado. Esta relación le permite administrar bien toda su creación».

Por Innocent B. Mbisamulo *

Tuve la gracia de asistir al trigésimo noveno curso de formación permanente celebrado en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma, del 19 de febrero al 31 de mayo de 2024. El grupo de participantes estaba formado por 52 personas de cuatro continentes: todos excepto Oceanía. Había religiosos y religiosas de 19 congregaciones y varios laicos.

No se trataba sólo de personas relacionadas de algún modo con la formación –aunque éstas constituían una presencia significativa–, sino que entre los participantes había superiores, párrocos y sacerdotes con un compromiso pastoral, administradores, coordinadores de pastoral juvenil, religiosos que se encontraban en año sabático y otros que habían pedido hacer este camino antes de asumir una nueva responsabilidad. Esta variedad demuestra la naturaleza interesante y completa de este curso.

Metodológicamente, el curso era impecable y todo el contenido estaba repartido en una veintena de cursos. Las conferencias me fascinaron y todo fue realmente enriquecedor. Los temas que tocamos eran importantes y de actualidad.

Los participantes en el curso de formación continua en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Foto: UPS

Podría resumirlo todo con estas palabras: «Dios, a través de su Hijo, ha establecido una relación de amor y misericordia hacia todo lo que ha creado. Esta relación le permite administrar bien toda su creación».

En el centro de esta trigésimo novena edición estaba la figura de Jesús Pantocrátor, el Todopoderoso, el que todo lo tiene en sus manos. Es Rey, Sacerdote y Profeta y, aunque sea de naturaleza divina, tomó sobre sí nuestra condición humana y sufrió la pasión para llevarnos a la Pascua.

Toda la formación giró en torno a la centralidad de Cristo: él nos llamó y por eso debemos partir de él, inspirarnos en él y tomarlo como referencia última. Porque «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

El padre Ernesto Viscardi y padre Innocent

El superior, el párroco, el vicario, el ecónomo, el coordinador de grupo, el rector, el religioso,… todos están llamados a construir, según la voluntad de Dios, buenas relaciones con aquellos de quienes tienen responsabilidad pastoral. Cultivar las relaciones como hace el buen pastor con sus ovejas. Para llegar a ello debemos trabajar primero sobre nosotros mismos y esto significa construir nuestra identidad; vivir una sexualidad y una afectividad serenas; sanar las heridas; reconciliarnos con nuestro pasado. Cada persona está llamada a seguir el mismo camino que Cristo, que nos invita a una lectura positiva de nuestro pasado, aunque esté marcado por ciertas heridas. Hacer una lectura integral de nuestra historia y dar sentido a nuestro pasado nos permite descubrir la presencia de Dios.

Esto es lo que justifica la necesidad de una formación permanente, que es ante todo una conversión personal y cotidiana, que exige un cambio de actitud y de paradigma. El curso, al hacernos trabajar sobre nosotros mismos, nos preparó al mismo tiempo para trabajar con los demás en cualquier ámbito y responsabilidad de la vida. Fue verdaderamente una ocasión de formación integral porque sabemos que la vida no es más que una relación; cada persona que encontramos es un mundo que estamos llamados a explorar para descubrir sus diferentes riquezas y enriquecernos con ellas. Cada día tengo que construir buenas relaciones con todo lo que me rodea.

La vida religiosa también debe centrarse en la buena formación de sus miembros si quiere hacer frente a los retos de un mundo cambiante. Esta formación debe unificar a la persona promoviendo la formación integral. Hay que partir de la realidad de cada persona –también y sobre todo de sus puntos débiles– para ayudarla a ponerse en pie. Saber a dónde queremos ir y qué hacer para llegar requiere un proyecto de vida (Lc 14,28) y el formador debe verse a sí mismo como compañero de viaje de aquellos a los que acompaña.

La formación debe llevar a la madurez, a la responsabilidad y a la capacidad de discernir y decidir lo que uno quiere de su vida; debe llevar al encuentro personal con el Señor.

Este curso fue también un tiempo de fraternidad: compartimos nuestras diferentes experiencias y riquezas culturales.

El adre Inocent Mbisamulo (centro) con la Hna Bruna Zaltron, colaboradora, y el padre Carlo Maria Zanotti, director del curso. Foto: UPS

Como trabajo final, diseñé un proyecto de formación para la etapa de filosofía, mostrando la importancia que tiene para la formación de un sacerdote. Como nota final obtuve un ‘Summa cum laude’.

Si me pidieran una opinión sobre esta oportunidad de formación, diría que es una oportunidad ineludible si estamos llamados a asumir alguna responsabilidad o si queremos vivir plenamente la vida religiosa. Quisiera concluir dando las gracias a la comunidad de los Misioneros de la Consolata que me ha dado la oportunidad de asistir a este curso: después de las tareas no fáciles de la misión en Venezuela, este curso me ha reconfortado y renovado.

* Padre Innocent Bakwangama Mbisamulo, IMC, congoleño, fue misionero en Venezuela durante nueve años.

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