Grupo 50: la necesidad de formación en nuestro tiempo

Grupo de misioneros en la capela de la casa General en Roma. Foto: Jaime C. Patias

Nuestro G50 no es el último modelo de teléfono móvil ni la reunión de los 50 países más ricos y poderosos del mundo. Es más bien un grupo de 20 misioneros de la Consolata, 3 hermanos y 17 sacerdotes, convocados en Roma para un encuentro de un mes. Gente rica sí, pero en años: cincuenta, como recuerda el acrónimo G50, de ordenación sacerdotal o profesión religiosa.

Por Orlando Hoyos y Jaime Díaz *

Dos o tres días antes del encuentro (del 30 de marzo al 30 de abril de 2023), empezaron a llegar los participantes de los distintos países de misión. Algunos incluso cómodamente sentados en sillas de ruedas, no porque las necesitaran totalmente, sino aprovechando la posibilidad que ofrecían las compañías aéreas, que facilitaban el desplazamiento en los grandes aeropuertos por los que tenían que pasar antes de llegar a Roma.

El superior de la Casa Generalicia, el P. Ze Martins, fue muy preciso en su acogida: en el aeropuerto siempre había alguien esperándonos, aunque no faltaron los traumas debidos a la lentitud del servicio de sillas de ruedas en Fiumicino; y en la Casa Generalicia cada uno tenía asignada su propia habitación y enseguida se sintió como en familia, tal como quería nuestro fundador.

Luego, puntualmente, el 30 de marzo a las 9 de la mañana, comenzó el encuentro con las respectivas introducciones: la del superior de la casa sobre las cosas prácticas y habituales de la comunidad local; la del Padre Antonio Rovelli sobre los contenidos y modalidades del encuentro; la del Superior General Padre Stefano Camerlengo explicando el significado de esta etapa formativa en la vejez (de la que publicamos a continuación un amplio extracto). Todo terminó con la Eucaristía en la que celebramos sacramentalmente este estar juntos.

Al día siguiente, la primera sesión del encuentro corrió a cargo del profesor Lucio Capoccia con el tema “Contar la propia vida. Importancia y moralidad”. El profesor esbozó las etapas más importantes de la vida de un misionero: la infancia, el nacimiento de la vocación, el tiempo de formación, la profesión religiosa y la ordenación, y los largos años de trabajo misionero.

Entre una explicación y otra hubo una dinámica, planificada de antemano, que consistió en presentar a los demás participantes un símbolo u objeto que pudiera resumir significativamente la vida de cada misionero.

Misa presidida por el Superior General, Padre Stefano, abre el curso de formación en Roma
El mensaje de Stefano Camerlengo: la necesidad de formación

El Padre Stefano, en su alocución a los participantes, habló de la formación continua como una necesidad de nuestro tiempo que viene de lejos, de la época del Concilio Vaticano II, y que también ha sido entendida de muy diversas maneras. Cronológicamente, podemos reconocer al menos tres modos y estilos que los misioneros también hemos experimentado:

1. Después del Concilio, en los años 70, hubo cursos de actualización profesional para responder a los cambios y a la progresiva “especialización” del compromiso misionero.

2. Luego pasamos a los sabáticos, que eran cursos de renovación más amplios que se ofrecían a la persona, pero con el defecto de no tocar ni cambiar las dinámicas personales o comunitarias fundamentales.

3. Hoy preferimos usar la expresión formación continua, que no prevé una drástica separación entre formación de base y formación permanente, y pone siempre en el centro a la persona del misionero como sujeto responsable de su propia transformación personal y como artífice de trasformaciones comunitarias.

Pensándolo bien vemos que estos procesos de formación no estaban lejos del corazón y de las preocupaciones del Beato José Allamano: su innegable presencia en las misiones, a pesar de la distancia geográfica, a través de cartas, diarios y consejos concretos; el tiempo que dedicaba a escuchar atentamente a los misioneros que regresaban; todas las formas que utilizaba para animar, apoyar y recordar la grandeza de la vocación misionera.

“No me cansaré nunca de exhortar -decía- a que consideren bien el sentido de su vocación, para que crezcan en la estima de ella y den gracias al Señor cada día y se esfuercen por corresponder con espíritu fuerte y constante”.

Esto, que Allamano consideraba tan importante, se ha convertido hoy en una exigencia ineludible en la situación del mundo actual. Hace años, el obispo brasileño Aloísio Lorscheider hablaba de la vejez como el “domingo de la vida”, reconociendo que en domingo, el estar, el socializar y el celebrar tienen prioridad sobre el trabajo, el hacer y el empeño que se pone en las cosas cotidianas. Los misioneros también estamos llamados a “envejecer con gracia”, por lo que es importante no olvidar siete orientaciones que deben animar esta etapa de la existencia.

Para ello debemos vivir:

1. El tiempo de la humildad y la gratitud que nos permite abrazar nuestra propia condición humana de vulnerabilidad.

2. El tiempo del expolio y el desprendimiento: abandonando vanidades y rencores, a través del perdón, somos capaces de vivir en paz.

3. El tiempo del dominio de nosotros mismos: siendo ancianos de corazón paciente, tolerante y desapegado.

4. El tiempo de la atención para no perder la identidad: dignos aunque envejezcamos.

5. El tiempo de la contemplación que nos permite profundizar en lo que, dentro de nosotros, hemos madurado a lo largo de los años.

6. El tiempo del silencio, indispensable para la contemplación.

7. El tiempo de oración, que es la misión especial de los ancianos.

Entre las oraciones hay una especial para los ancianos: el “Nunc Dimittis”. Simeón nos confronta con el arte de preparar también nuestra partida de este mundo cuando haya llegado nuestra hora.

A ustedes, queridos misioneros, les expresamos nuestro cariño, respeto y gratitud –concluye el padre Stefano–. Enfrenten con serenidad el proceso de envejecimiento y no vivan sólo de recuerdos, sigan animando el compromiso del Instituto también con los sueños y proyectos que nacen de su experiencia”.

* Padres Orlando Hoyos y Jaime Díaz, misioneros de la Consolata colombianos participan del curso de formación en Roma.

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