La misión sobre la marcha

Como has podido comprobar ya no escribo tanto; estoy más centrado en comprender esta nueva realidad. No ha sido fácil cambiar de Costa de Marfil a México y tampoco salir de San Antonio Juanacaxtle y venir a Tuxtla.

Por Ramón Lázaro Esnaola*

Tengo un poco ese síndrome del impostor porque siento haber rebajado mi compromiso misionero. Esta realidad es muy distinta. La vida misionera es menos ruda, aunque los desafíos misioneros también están muy presentes. Mi calidad de vida ha mejorado, ya no hay malarias y me siento en forma (a pesar de que los años van cayendo).

Actualmente estoy muy centrado en los jóvenes de la parroquia y en la escucha en clave sinodal a todas las personas que solicitan acompañamiento. Estoy creando vínculos que me acercan a periferias existenciales. Estoy tocando de cerca tantos dramas cotidianos, tantos itinerarios históricos truncados por malas elecciones o por decepciones inesperadas. Veo al mismo tiempo que muchas personas pierden la oportunidad de dejarse ayudar. Cada uno vamos construyendo nuestra historia de salvación.

También, desde hace unos tres meses, estoy especialmente cerca de nuestra comunidad originaria tseltal. Un par de domingos al mes voy allá y también estoy creando vínculos, ofreciendo su lugar a aquellos que fueron siempre excluidos e ignorados.

La promoción humana de nuestra presencia pasa por un dispensario, un equipo de psicólogos y tanatólogos, ayudas económicas a personas que están pasando un mal momento, ayudas a la educación de los hijos de familias que tienen dificultades, formación de grupos de la parroquia y de líderes.

Mi asignatura pendiente es la animación vocacional. Me mandaron a Tuxtla especialmente para ello pero casi no he encontrado a jóvenes con estas inquietudes. Los hay que quieren ser sacerdotes diocesanos pero lo de ser misioneros ad gentes cuesta. La tierra, la familia, las comidas tienen mucho peso existencial en sus opciones. Es cierto que es una gracia, una vocación pero eso no impide que sienta que me inclino más ahí donde hay oasis (jóvenes, escucha en clave sinodal, periferias existenciales, pueblos originarios, promoción humana) que donde hay aridez (vocaciones, animación misionera de la iglesia local).

Otros temas siguen estando ausentes de mi vivir cotidiano: construcción de la paz en una realidad tan violenta, alternativas al alcohol y las drogas tan cotidianas en tantas familias, silencio ecológico en la pastoral ordinaria. Son tareas pendientes.

El nuevo itinerario que se está abriendo es el de la colaboración con las personas que migran. Chiapas es para ellas una puerta de entrada y un lugar de paso. El objetivo es Estados Unidos o, si no es posible, Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey… Me estoy informando sobre las posibilidades que daría Chiapas para que tuviéramos una presencia más significativa en este ámbito con el tiempo. Es una realidad que nos interpela especialmente como misioneros de la Consolata.

Por lo demás, estoy bien, sereno, agradeciendo a Dios cada día que me ofrece para estar al servicio del Reino de Dios. A pesar de la cantidad de formalismo litúrgico y de estructuras eclesiales en la parroquia anquilosadas por una realidad clericalizada, rígida y sacramentalista.

Es el agua en el que hay que nadar contracorriente, siguiendo la espiritualidad de la trucha.

Les agradezco su apoyo, pensamiento, oración y que estén siempre ahí. “This is the way”.

* Padre Ramón Lázaro Esnaola, IMC, español trabajando en México.

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