Las lenguas del anuncio

Néstor Saporiti en el archivo general de los Misioneros de la Consolata en Roma. Fotos: Jaime C. Patias

Uno de los dramas culturales de nuestros mundo globalizado, y en muchos sentidos conectado, es el hecho de que cada día muere una lengua, y con la lengua se pierde la memoria viva de la cultura que la había elaborado y utilizado para expresarse, contar, recrear, soñar, hacerse oír y comunicar.

Por Gianantonio Sozzi *

¿Qué papel desempeñaron los misioneros en este proceso? En estos días Néstor Saporiti trabaja en el archivo general de los Misioneros de la Consolata en Roma. Hasta hace unos años él también era misionero de la Consolata, con algunos años de experiencia trabajando en el Congo, en aquel entonces Zaire, y hoy está trabajando en un doctorado de investigación en la Universidad de San Salvador de Buenos Aires.

Poco a poco, con paciencia, va surgiendo toda una práctica lingüística, fruto de la cercanía al pueblo, de la pasión, de la creatividad, realizada por un grupo nada despreciable de misioneros, 23 en total, que en la primera mitad del siglo XX han escrito, traducido y codificado 17 lenguas en cuatro países: Kenia, Tanzania, Mozambique y Etiopía.

En Kenia principalmente pero luego también en las otras naciones africanas, los primeros misioneros trabajaron casi exclusivamente en zonas rurales y, por tanto, lejos de aquellos centros urbanos parcialmente colonizados por las lenguas de los imperios coloniales.

Para ellos, las lenguas indígenas eran la única forma de comunicarse y, por tanto, de proclamar el Evangelio que como misioneros querían llevar. Con esfuerzo, empeño, paciencia, ingenio y creatividad, tuvieron que penetrar en estas lenguas para empezar a entenderlas, descodificarlas, traducirlas y enseñarlas.

Néstor Saporiti habla a la comunidad de la Casa General en Roma.

No era un trabajo fácil, no había gramáticas ni diccionarios, no había textos escritos y todo esto lo hacían ellos, sin ser lingüistas, pero con herramientas ingeniosas y cuando la única forma de consolidar su trabajo era la máquina de escribir y el papel carbón que permitía la edición simultánea de a lo sumo cuatro o cinco ejemplares de sus trabajos. Y no eran folletos pequeños, a menudo podían tener cientos de páginas.

En el archivo se conservan gramáticas y diccionarios de su obra, a menudo enriquecidos con preciosas referencias culturales que ayudan a comprender el significado profundo de las palabras que tradujeron; existen traducciones e incluso atlas y mapas que definen con precisión las fronteras y la extensión de las lenguas que estudiaron.

El misionero -dice Néstor Saporiti- es como el evangelista que escucha la Palabra de Dios y la traduce a un evangelio que, como todos los escritos humanos, está culturalmente codificado. Animados por la pasión por la buena noticia los misioneros por un lado interpelaron a Dios sobre el mensaje, pero luego se dirigieron a los destinatarios para poder anunciarlo de una manera que puedan entender.

El misionero tenía que sumergirse en profundidad en el mensaje para después transmitirlo con la misma profundidad y la mayor fidelidad posible. Quizá hoy los misioneros ya no estén llamados a elaborar gramáticas y diccionarios, pero siempre tienen el reto de conocer a fondo los códigos culturales de los pueblos a los que se dirigen: la lengua es uno de ellos. Incluso hoy es la única forma con la que se consigue comunicar el mensaje de salvación de Jesús.

* Gianantonio Sozzi, IMC, Secretariado General de Comunicación.

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