El pueblo Warao es el segundo grupo indígena más numeroso de Venezuela, después de los Wayuu. Están distribuidos en los cuatro municipios del Estado Delta Amacuro, en Monagas, Sucre y en diversas ciudades del país.
Por Jaime C. Patias *
Al amanecer dejamos la ciudad de Tucupita en el Delta Amacuro, a 720 quilómetros de Caracas. El destino era la ciudad de Caucaguá, en la región de Barlovento, Estado de Miranda. Entre tantos otros problemas provocados por la grave crisis social, económica y política de Venezuela, lo que más preocupa la población es la falta de combustibles. Es muy común llevar en el carro un barril de gasolina. Nosotros también estábamos lavando una reserva.
El viaje seguía conforme el programado, hasta que cerca de la ciudad de Maturin, Estado de Monagas, nuestra gasolina estaba terminando. Esta zona es rica en petróleo y gas natural con muchos sitios de extracción. Las varias torres con una llama de fuego quemando gas muestra que esta actividad sigue.
A pocos metros de la carretera en una gasolinera controladas por el ejército se había formado una cola de carros para abastecer. Estaban vendiendo gasolina subsidiada por el gobierno al precio de 1 dólar para 40 litros. Pero se necesitaba la autorización del comandante, pues la cuota era del día anterior.
La odisea Warao
Mientras mi amigo motorista, padre Nebyu Elías, hacia las negociaciones, mirando para el otro lado de la carretera, vi un grupo de indígenas Warao en el costado del asfalto a pocos metros de uno dos 30 controles de la policía, guarda nacional y ejercito en la ruta hacia Caracas. Estaban esperando que alguien les diera coda para llegar a Santa Helena en la frontera con el Brasil. El destino era Pacaraima y después Boa Vista, la capital del Estado de Roraima, Brasil.
Argeni José Sembrano Manavi, maestro licenciado y responsable del grupo, había abandonado su oficio para inmigrar. Él hablaba en nombre de los migrantes Warao, ocho adultos y 12 niños, algunos de ellos todavía bebés. Llevaban ya una semana de viaje.
“Yo vengo de la comunidad Warao Boca del Tigre, al sur del Estado Monagas en la región de Pedernale. Yo estoy migrando para Brasil con 12 niños y ocho adultos. Salimos de allí hace una semana porque no hay gasolina, y el transporte se nos hace difícil. En el transporte fluvial tenemos que venir a remo. Tenemos que luchar con borra (escombros) en los caños y a veces uno pasa un día dentro de esa borra, luego uno sale e llega al puerto de San José de Buja e de allí ubica los carros para hacer el viaje hasta Maturin. Aqui toca pedir cola, porque no tenemos cómo pagar. De cola vamos hasta Santa Helena”, relata Argeni.
Preguntado sobre lo que desean en Brasil, Argeni explica que buscan mejores condiciones para los niños. “Por lo menos que nuestros niños estudien, puedan tener una buena salud, alimentación, ropa, calzado, más que todo, preparación. Yo soy maestro por el Ministerio de la Educación y tengo que abandonar (la escuela) porque mi familia, cómo ve entre nietos y hijos, se me hace difícil porque a veces con esta tranca que hacen en Venezuela donde siete días podemos viajar y otros siete días no podemos viajar. A veces nos enfermamos y antes de llegar a la ciudad podemos morir. La enfermedad no espera siete días”, lamenta.
Argeni cuenta que en Brasil tiene un hermano y él le dice que allá están bien. “Nos están mandando fotos, nos han estado llamando por videollamada y en Boa Vista se ve realmente que están bien por las fotos que están enviando desde allá”, cree él.
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De hecho, sabemos que no es exactamente así. Los migrantes venezolanos en Boa Vista, especialmente los indígenas, enfrentan grandes dificultades por diversas razones que van desde la falta de oportunidades hasta la escasa preparación profesional para reiniciar sus vidas en un país extranjero. Muchos no encuentran cupo en los abrigos, otros no quieren este sistema de acogida. La mayoría de ellos acaban en la calle o en la periferia, donde la vida es precaria, no hay transporte ni escuela para los niños.
En los últimos años, muchas familias migraron para Brasil y otros países de la región en busca de mejores condiciones de vida. Este movimiento bajó un poco con la pandemia, por cuenta de las restricciones en que solamente se podía viajar semana si, semana no. Con las fiestas de Navidad estas restricciones fueron suspendidas y muchos venezolanos tomaran la decisión de salir del país.
Se cree que unos 6 millones de venezolanos ya han abandonado la tierra de Maduro hasta el momento.
Esa odisea para los Warao se vuelve mucho más difícil, conforme podemos testimoniar en la historia de esa familia del maestro Argeni José Sembrano Manavi.
* Padre Jaime C. Patias, IMC, es Consejero General para América.